lunes, 12 de mayo de 2014

La Resurrección III

                        
                                             LA RESURRECCIÓN


                                                   III

                               Para la resurrección de los cristianos

La esperanza cristiana de la resurrección nacida de la doctrina y experiencia de Jesús resucitado se desarrolla en la doctrina escatológica judía. Lo observamos en la defensa de la resurrección final para los difuntos previo juicio divino: «Con tu contumacia y tu corazón impenitente tú acumulas cólera para el día de la cólera, cuando se pronunciará la justa sentencia de Dios, que pagará a cada uno según sus obras (Sab 62,12): a los que buscan gloria, honor e inmortalidad perseverando en las buenas obras, vida eterna. A los que por egoísmo desobedecen a la verdad y obedecen a la injusticia, ira y cólera» (Rom 2,5-8). La justa retribución es una cuestión que corresponde al poder de Dios: «... a juicio de Dios, de quien se fió [Abrahán], que da vida a los muertos y llama a existir lo que no existe» (Rom 4,17).
En el cristianismo, la esperanza de la resurrección futura descansa ahora en la acción que Dios ha realizado con Jesús. Se produce una correlación entre la resurrección de Jesús y la resurrección de los cristianos. Si sucedió en Jesús ocurrirá la de los bautizados en él, y si la de los bautizados no se da, es que la de Jesús es falsa: «Ahora bien, si se proclama que Cristo resucitó de la muerte, )cómo decís algunos que no hay resurrección de los muertos. Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo ha resucitado» (1Cor 15,12-14). A esto se añade la progresiva centralidad de Jesús para la salvación, que en el tiempo de la resurrección actuará en la función que le daba el judaísmo a Dios: «Todos hemos de comparecer en el tribunal de Cristo, para recibir el pago de lo que hicimos con el cuerpo, el bien y el mal» (2Cor 5,10; cf. Mt 25,31-46). En otros textos, sin embargo, permanece un equilibrio más acorde con la historia de la salvación: «Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, lo mismo Dios, por medio de Jesús, llevará a los difuntos a estar consigo» (1Tes 4,14), o «cuando todo le quede sometido, también el Hijo se someterá al que le sometió todo, y así será Dios todo en todos» (1Cor 15,28).
Otro tema de honda raigambre judía es el cuándo de la resurrección final. A unos 20 años de la resurrección de Jesús y vivas en las comunidades cristianas la expectativa inminente del tiempo final, se le presenta a Pablo el problema de los que han fallecido con esta esperanza y sin alcanzar el momento de la restauración de la creación. El Apóstol responde en los mismos términos que hemos leído de la tradición apocalíptica judía: «... los que quedemos vivos hasta la venida del Señor no nos adelantaremos a los ya muertos; pues el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los cristianos muertos; después nosotros, los que quedemos vivos, seremos arrebatados con ellos en las nubes por el aire, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor» (1Tes 4,15-18). Antes de este acontecimiento Dios deberá someter a Cristo, el Mesías, todos sus enemigos: «Pues él tiene que reinar hasta poner todos sus enemigos bajo sus pies (Sal 110,1); el último enemigo en ser destruido es la muerte» (1Cor 15,25-26), acontecimiento que también se toma del mundo apocalíptico judío.

Sobre la identificación de los justos resucitados existe una coincidencia entre los que escriben con una misma mentalidad y se están sirviendo de tradiciones comunes. Sabemos de la transformación que sufrirán las personas fallecidas cuando adquieran la nueva identidad donada por Dios al final de los tiempos. Ellas recuperan la imagen y semejanza divinas que llevan de Dios desde el comienzo de la creación (Gén 1,26) y se les habilita para mantener una relación con Él, que es imposible sostener en el actual estado de corrupción: «... os digo que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción la incorrupción» (1Cor 15,50); por eso la acción divina se orienta a recrear la persona para capacitarla a una vida sin fin dentro de la dimensión divina: «Os comunico un secreto: no todos moriremos, pero todos nos transformaremos. En un instante, en un abrir y cerrar los ojos, al último toque de la trompeta [que tocará], los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros nos transformaremos. Esto corruptible tiene que revestirse de incorruptibilidad y lo mortal tiene que revestirse de inmortalidad» (1Cor 15,51-53). Este futuro de la vida resucitada tiene dos repercusiones en la existencia terrena: en el presente se debe realizar el bien que Dios retribuirá en el futuro y hay que preservar el cuerpo y la carne de cualquier pecado que corrompa la base sobre la cual Dios los transformará en un cuerpo de resucitado. Repetimos, todo esto se funda en que dicho Dios

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