lunes, 28 de abril de 2014

«Quédate con nosotros porque atardece»

                                                  III DE PASCUA (A)
  

                             
                             «Quédate con nosotros porque atardece»

Del evangelio de Lucas 24,13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
El les dijo: —¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días? El les preguntó: -¿Qué? Ellos le contestaron:  —Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo: —¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: —Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:-¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo:—Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
1.- «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». La muerte en cruz de Jesús, sentenciada y ejecutada por la autoridad legítima, hace que los discípulos no puedan ayudar a su Maestro. Además, deslegitima las pautas de vida que les ha enseñado para hacer presente el Reino. Después de tres días, cuando el cuerpo empieza a corromperse y no hay posibilidad de una reanimación, abandonan Jerusalén. Unos van a Galilea, otros, en este caso, a Emaús. Después de contarle los dos discípulos al «desconocido» el fracaso de Jesús, éste les enseña algo que era muy difícil de admitir: que el enviado del Señor iba a salvar a Israel por un amor crucificado, no por la fuerza o el poder humanos. La Palabra de Jesús les llega al corazón, riega su alma y seguro que además de los profetas, les citaría los salmos. Es la Palabra de Dios la que les introduce en el mundo divino. Lo mismo que a nosotros los creyentes: la Palabra es una Palabra salida de la boca del Señor y debemos retenerla como la primera aproximación que Él tiene hacia nosotros. Hay que escucharla como venida de Dios para nuestro beneficio, para nuestra salvación.
2.- «Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída». Con la escucha de la Palabra se inicia nuestra conversión, la vuelta de nuestro rostro al Señor, o se madura nuestra fe, nuestra relación con Él. Y ver, observar y experimentar al Señor, para Jesús se hace viendo, observando, aproximándonos a las personas que padecen por cualquier causa en esta vida: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer,….». Es lo que hacen los discípulos de Emaús: comprender que el forastero que les acompañan quedaría solo en el camino expuesto al asalto de los bandidos o ladrones que pululan por Palestina. Entonces le invitan a quedarse en la posada para cenar y dormir. Un gesto que les honra, porque son capaces de captar la necesidad del desconocido, y sin que se lo pidan,  le ofrecen su ayuda. Se puede añadir que el forastero les ha atraído sobremanera con la explicación de la Escritura. Ella no le ha llevado a descubrir a Jesús, pero les ha acercado a su mundo, a su vida, a su dimensión filial. Palabra y hecho de amor aparecen como fundamentales para introducirse en el mundo de Jesús.
3.- «Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron». Jesús come con ellos, como tantas veces lo ha hecho en su ministerio en Palestina: con Zaqueo, con María, Marta y Lázaro, con los discípulos en casa de la suegra de Pedro, con Leví, con el fariseo Simón. Tantas veces lo hizo que le acusan que come con los pecadores. Da de comer a una multitud, impide que la gente pase hambre: un hecho que queda grabado en la conciencia cristiana de todos los tiempos. Pero también come con los discípulos en el tiempo Pascual antes de padecer y morir. La presencia de su vida, de su misión salvadora, se concreta en dos gestos y dos frases, todas válidas. Partir y repartir el pan; pasar a los discípulos la copa de la salvación. Dos gestos que quieren decir que su vida se entrega por ellos, por muchos, por todos. Y tienen que repetir los gestos, las palabras, para que su salvación sea una oferta permanente en la historia para todas las personas que existen. Es entonces cuando le descubren los discípulos de Emaús. Partir y repartir el pan y el vino son los signos cristianos que concentran la presencia del amor del Dios en la historia, es decir, la presencia del mismo Hijo de Dios: Jesucristo.



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