sábado, 26 de abril de 2014

Pobreza. V.

                          LA POBREZA

                                  V



                                                                San Francisco de Asís
           
 Sobre la pobreza en San Francisco se cuenta una anécdota que le pasó, y responde a ciertas actitudes humanas que suceden en la historia de todos los tiempos, puesto que la aspiración a la posesión de bienes es el principio de las guerras, de las disputas y de las tensiones que se producen entre los humanos. Esto es tan verdad que el Poverello pregunta por todas partes sobre qué es y dónde está su amada la pobreza, y nadie le entiende. «Diligente -como un curioso explorador-, se puso a recorrer con interés las calles y plazas de la ciudad buscando apasionadamente al amor de su alma. Preguntaba a los que estaban en las calles y plazas, interrogaba a cuantos se le cruzaban en el camino, diciéndoles: “¿Por ventura habéis visto a la amada de mi alma?” Pero este lenguaje resultaba para ellos un enigma y como un idioma extranjero. Al no poder entenderse con él, le decían: “Hombre, no sabemos de qué hablas. Exprésate en nuestra propia lengua, y sabremos responderte” […] Saliendo con paso rápido de la ciudad el bienaventurado Francisco, vino a parar en un campo, donde divisó a lo lejos a dos ancianos que estaban sentados y sumidos en profunda tristeza. Uno de ellos se expresaba de esta forma: “¿En quién pondré mis ojos sino en el pobrecillo y abatido que se estremece ante mis palabras?”. El otro, a su vez, decía: “Nada trajimos al mundo, como nada podremos llevarnos; así que, teniendo qué comer y con qué vestirnos, podemos estar contentos”»[1].
Después de pasar bastante tiempo en oración y de oir la llamada del Cristo de San Damián a que reparase la Iglesia, el 14 de febrero de 1209 escucha el siguiente párrafo evangélico en la Misa: «[Jesús] llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: "Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas". Y les dijo: "Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos"»[2]. Francisco, oída la explicación del sacerdote, exclama: «Esto es lo que ansío cumplir con todas mis fuerzas»[3].




[1] Sacrum Commercium 5-8. Los dos personajes corresponden a Isaías (66,1-2): «Así dice el Señor: Los cielos son mi trono y la tierra la alfombra de mis pies. Pues ¿qué casa me vais a edificar, o qué lugar de reposo, si el universo lo hizo mi mano y todo vino al ser? - Oráculo del Señor -. Pues en esto he de fijarme: en el mísero, pobre de espíritu, y en el que tiembla a mi palabra», y en 1Tm 6,7-8: «Porque nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él. Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso». Para este tema, Lothar Hardick, «Povertà», DF 1551.1586; Lázaro Iriarte, La vocación franciscana, 5-47; Julio Micó, Vivir el Evangelio, 233-271; Fernando Uribe, La Regla Franciscana, 163-174;
[2] Mc 6,7-12; cf. Mt 10,7-9; Lc 9,-6; 10,1-16.
[3] Leyenda de los Tres Compañeros 25; cf. 1Celano 21-22.

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