lunes, 21 de abril de 2014

Pensamiento Franciscano. Europa

Es el momento del cristianismo



Manuel Lázaro Pulido
Universidade Católica Portuguesa
Instituto Teológico de Cáceres



            Los cristianos vivimos un cierto pesimismo, un auto-aislacionismo que nos lleva a refugiarnos, a pensar que la situación del cristianismo en el inicio del siglo XXI es mala, que estamos en crisis. Sobre la palabra “crisis” ya hablamos en otras reflexiones. Y ya dijimos que “crisis” no tiene porque ser algo negativo. Pero claro, cuando hablamos de la crisis del cristianismo la sombra del pesimismo nos invade. Una sombra que muestra que algo en nuestra forma de pensar y vivir la fe está en crisis, pero que quizás no es precisamente el cristianismo.
            Los agoreros de la crisis del cristianismo muchas veces vienen de campos y disciplinas ajenas al quehacer pastoral y el pensamiento teológico. Sociólogos, filósofos, periodistas y, en fin, portavoces de propuestas políticas y tendencias sociales insisten en ensombrecer la actividad alegre y luminosa de la Iglesia. Este ensombrecimiento afecta hacia dentro de la comunidad cristiana, especialmente en el mundo Occidental, llevándole a caer en cierta desesperanza o en un replegarse a lo que siempre ha sido un círculo de seguridad en las tradiciones (religiosas, cultuales…).
           
Glez. Faus
Dentro de la esfera teológica de la Iglesia católica no faltan voces que intentan fundamentar la esperanza ante la “crisis”. José Ignacio González Faus escribía en su libro Calidad cristiana: identidad y crisis del cristianismo (Sal Terrae, 2006) que la crisis del cristianismo, que afectaba especialmente a los europeos, ayudaba a la búsqueda de la identidad. No le faltaba razón cuando siguiendo la intuición del teólogo Dietrich Bonhoeffer
de que el Dios revelado en Jesucristo “pone del revés las ideas sobre Dios de una religiosidad general”, insistía en la recuperación de la identidad del Dios revelado en Jesucristo como lugar de reflexión y actividad eclesial hacia dentro, reflexionando sobre la jerarquía y el pueblo de Dios y hacia fuera, en el diálogo con “las religiones de la tierra” y la “globalización”). En ese sentido Félix Wilfred y Jon Sobrino se hacían precisamente esta pregunta: ¿Cristianismo en crisis? (Concilium 311). Varios autores entre ellos el citado teólogo español, intentaban dar respuesta, a la situación de la iglesia (en crisis) en un mundo (en crisis). La tonalidad de las respuestas era la esperanza, en la presentación del número se preguntaban: “¿Acaso no es el misterio de la Pascua precisamente un misterio de experiencia de crisis y de superación de ésta en virtud de una esperanza sobreabundante?”. La solución pasa, en este análisis, por superar las contradicciones de la vida contemporánea marcada por “realidades contrapuestas –humanidad e inhumanidad, solidaridad compasiva e indiferencia insensible–“, en fin embarcarse en el “compromiso, tomar partido en la lucha de la verdad contra la mentira, de la justicia contra la injusticia, de la vida contra la muerte”.
La lectura de esta teológica de la encarnación social de la Palabra de Dios resulta, al menos, interesante porque intenta extraer elementos positivos de la “crisis del cristianismo”. Pero yo me pregunto “¿está el cristianismo en crisis o es un proyecto de construcción de la comunidad el que lo está? Cuando las instituciones se preguntan por algo y quieren estudiar un tema, normalmente es porque se tiene carencia del mismo y se necesita reforzar. El proyecto de investigación de la Unión Europea Horizon 2020 (work programme 2014-2015) dedica unos de sus programas relativos a la herencia cultural y las identidades europeas, especialmente se pretende estudiar la emergencia y transmisión de la herencia cultural europea y la europeización, de modo que se pueda comprender en profundidad los aspectos axiológicos, lingüísticos, sociales y culturales del multilingüismo (multiculturalismo) y de la trasmisión de la herencia cultural a través de las generaciones y las fronteras compartidas. En definitiva, la Unión Europea desconfía de sí misma, no sabe donde ubicarse. Lo que la constituyó (una latinitas, una identidad religiosa, un proyecto de realización política) no sirve, pero negarlo es negarse a sí misma. Y en esta duda la Iglesia cristiana (y la católica también) va de la mano porque fue la Iglesia, fue el cristianismo quien ayudó a construir aquello que la Europa es, aquello en lo que no puede renunciar, pero a la vez de una forma que ya no puede ser. Las Etimologías, la obra enciclopédica (la enunciadora definitiva de la latinitas cristiana y occidental) de san Isidoro de Sevilla
San Isidoro
marca el inicio de esa época: la cristiandad. El renacimiento carolingio sellará el programa de estudios, la baja Edad Media la institucionalizará, el renacimiento lo ampliará de la concordia a la implantación del orbe católico del barroco, la ilustración la politizará en la libertad del individuo, las grandes guerras y las utopías catastróficas de la primera mitad del siglo XX la sellarán, sus últimas consecuencias las vivimos hoy. El secularismo ha muerto, el post-secularismo no puede decir nada. Y aquí aparece la crisis: Europa no puede ser eurocéntrica, pero no puede renunciar a lo que es y a lo que ha significado y significa en el siglo XXI. Y el cristianismo igual. Ya no puede, de la mano de Europa, ser lo que fue: cristiandad, pero no puede ni debe dejar de ser lo que es: cristianismo.
La esperanza nace de la Palabra de Dios, de la fuerza de decir algo en el momento. Estamos cercanos a los misterios de la Semana Santa, la Cruz de Cristo es la señal de los cristianos porque es el primer momento de la Resurrección. Es necesario morir (cristiandad) para resucitar en Cristo (cristianismo). Los teólogos de la encarnación social siempre han pensado que trasformar el cristianismo era necesario, pero no veían (ni ven) que de lo que se trata es de acompañar la muerte de la cristiandad. Por eso lo que se necesita es realizar una teología para el siglo XXI que parta del cristianismo. El cristianismo no está en crisis, muy al contrario es su momento porque lo íntimo del hombre siempre anhela el bien y la vida y como rezaba san Francisco, el santo del cristianismo: “Tu eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tu eres le bien, todo bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero” (Alabanzas al Dios altísimo).





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