domingo, 16 de marzo de 2014

La manzana de Eva

CUARESMA: LA MANZANA DE EVA


    
Esteban Calderón Dorda
                                                      Facultad de Letras
                                                      Universidad de Murcia


            La fuerza narrativa del evangelio del Domingo I de Cuaresma (Mt 4,1-11) marca todo este tiempo fuerte. Las tentaciones de Jesús como centro de la reflexión cuaresmal son una fuente inagotable de sugerencias para la vida del cristiano. El pasaje comienza diciendo que Jesús «fue llevado al desierto», pero no a un desierto como nosotros lo imaginamos, sino «a un lugar desierto», un lugar que, según la tradición, es una montaña: el Monte de la Cuarentena o de las Tentaciones, al otro lado del valle de Jericó. En la alta ladera, excavado en la roca, se levanta desde el s. V –si bien la construcción actual data de 1895– un monasterio ortodoxo dedicado a san Jorge de Coziba. Traspasar sus puertas es retrotraerse varios siglos y hacer un viaje en el tiempo a Bizancio. Pues bien, en ese escarpado y solitario lugar Jesús pasó cuarenta días de penitencia y sufrió las tentaciones que narra el evangelista.
           
Pero este pasaje evangélico, además, va acompañado por una primera lectura de que no por conocida debe pasar desapercibida: la creación de nuestros primeros padres y el pecado de ambos. En mitad del jardín del Paraíso brotó «el árbol del conocimiento del bien y del mal». La historia es sabida: Eva, seducida por la serpiente, comió de su fruto e incitó a Adán a comer también de él. Hasta aquí el texto bíblico. 

            Sin embargo, la tradición nos ha transmitido la imagen de que el fruto 
que tanto atrajo a Eva fue una manzana. El libro del Génesis nada afirma en este sentido. Se han aportado distintas explicaciones, a menudo extrañas a la cultura veterotestamentaria y semítica: las manzanas de las Hespérides, la manzana de la discordia…Nada concluyente. La solución hay que buscarla en otra dirección. El texto griego de los Setenta dice que se trataba del árbol toû ginóskein kalòn kaì poneròn (Gén. 2, 9), es decir, «para conocer lo bueno y lo malo». ¿Cómo, pues, se ha llegado a la conclusión errónea de que se trataba de una manzana? Para recorrer el proceso tenemos que acudir a la traducción latina de la Vulgata, que vierte así el versículo del Génesis: lignumque scientiae boni et mali. La versión es correcta, sin embargo la traducción que ocasionalmente se hace a las lenguas vernáculas provocó una equivocada interpretación del término mali (de malum-i), que significa ‘mal’, a favor mali, también genitivo, pero de malus-i, esto es, el ‘manzano’ (así ya en Virgilio, Geórgicas 2, 70), cuyo fruto es, obviamente, la manzana (también malum-i). De esta forma tan simple ya estaba introducido el error en la tradición.

            No sabemos quién fue el primero en hablar de la manzana de Eva. Parece que la primera representación artística se la debemos a Durero, aunque su plasmación en un lienzo es frecuente en los pintores flamencos, renacentistas y del manierismo. Muy conocida es la escena representada por Tiziano (ca. 1550) y conservada en el Museo del Prado.
           
En cualquier caso, el tema cuaresmal de la tentación nos propone de una manera muy plástica cómo es la pedagogía del Tentador: el mal nunca se nos presenta como algo detestable, perjudicial o aborrecible, sino envuelto en celofán, como algo edulcorado y beneficioso, en definitiva, «apetitoso, atrayente y deseable» (Gén 3,6). Es la imagen infantil, pero muy adecuada al caso, de la manzana, roja y apetitosa por fuera, pero emponzoñada por dentro, que Blancanieves, con toda su bondad, no se resiste a morder. Los hermanos Grimm, sin pretenderlo, nos dejaron casi una plástica catequesis sobre el mal.

Pero volvamos al principio. El evangelio dice que Jesús fue tentado después de recibir el Espíritu a través del Bautismo de Juan, y ese es el ánimo que nos transmite a sus seguidores en Cuaresma: la Gracia todo lo puede.



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