lunes, 24 de marzo de 2014

La Encarnación y Beatos 27 y 28 de marzo

                                                        25 de marzo
                                            La Anunciación del Señor



            La misa de la Anunciación se celebraba el miércoles de las Témporas de Adviento en la antigüedad. Durante este tiempo es cuando se hacía memoria del saludo y mensaje del Ángel a María comunicándole la voluntad de Dios sobre su futura maternidad. También se recordaba el consentimiento de María y el puesto que ocupaba en la economía de la salvación.- En efecto, el arranque del relato de la anunciación de su maternidad muestra que María ha sido elegida, preparada y puesta a disposición para cumplimentar la voluntad divina en la etapa definitiva de la historia de la salvación. Decir de María «llena de gracia» (Lc 1,28) es comunicarle que Dios la ha hecho graciosa, amable; que la ha transformado para poder asumir la responsabilidad que, desde ese momento, va a tener para con la redención de la humanidad. Y, a la vez, que el ángel le anuncia su maternidad, le asegura y le promete la virginidad: «¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones?... Nada es imposible para Dios» (Lc 1,34-35). Quien comienza y pone en movimiento todo lo necesario para la salvación es Dios. Y es también Dios quien determina la forma y el medio con el que se va a llevar a cabo dicha salvación: por medio de una vida humana, nacida y crecida en el seno de una familia, como se hace con todos los hombres. Pero dicha familia, José, María y Jesús estarán a plena disposición del Señor. De ahí que cuando se anuncie la maternidad a María, como a José (Mt 1,18-24), se les diga, al mismo tiempo, que su vida depende totalmente del Señor para servir por completo a Jesús. 

                                               Oración

            Señor, tú has querido que la Palabra se encarnase en el seno de la Virgen María, concédenos, en tu bondad, que cuantos confesamos a nuestro Redentor, como Dios y como hombre verdadero, lleguemos a hacernos semejantes a él en su naturaleza divina. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                                           Lecturas

            Primera lectura

            Los reyes de Aram e Israel piden ayuda a Judá para hacer una coalición contra Asiria. Isaías se opone a que el rey Ajaz solicite el apoyo a un rey pagano, Teglatfalasar, y no confíe en la acción del Señor. Este rey vence a Damasco y Samaría, pero somete a Judá. Con ello abre las puertas a una reino pagano (cf. 2R 16,5-16). Isaías le ofrece a Acaz un signo —un niño y su madre— para que cumpla la voluntad del Señor. El niño puede ser un hijo del rey que está para nacer, pero en el contexto profético se refiere al Mesías, y no sólo al Mesías sino también a su madre, en cuanto forma parte también del signo ofrecido por Dios al rey. El niño es fruto de la fe, es puro don (cf. Is 9,5-6, Miq 1,18-25).


Lectura del profeta Isaías                              7,10-14

           
Salmo responsorial                                                    Sal 39,7-11

            Refiere la disponibilidad del creyente para ponerse al servicio del Señor, que solicita no tanto la ofrenda de cosas, cuanto el corazón de las personas, personas dispuestas a cumplir su voluntad, que no es otra que la salvación y el bien de los hombres. El Salmo es fiel reflejo de lo que hicieron José, María y Jesús.


            V. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
            R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

            Segunda lectura

            Todos los sacrificios de la Antigua Alianza son sombras comparados con el sacrificio de Cristo. El sacrificio de Cristo quita realmente el pecado, borra las culpas de sus hermanos. Y es que Cristo es el Hijo de Dios hecho carne, de manera que, dada su dignidad divina, su ofrenda no sólo entraña la superioridad que da el hecho de quien se ofrece es una persona, sino que también dicha persona pertenece al ámbito divino: es el Hijo. El sacrificio de Cristo, único y definitivo, abre las puertas del paraíso, pero adquiere plena validez cuando es el mismo Cristo quien resucita, es quien accede a la morada de Dios (cf. Heb 9,12.24-26).
           

Lectura de la carta a los Hebreos                              10,4-10

           
Aleluya                                                          Jn 1,14

            Aleluya. Aleluya.
            «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
 y hemos contemplado su gloria».
            Aleluya.

            Evangelio

            El párrafo del Evangelio de Lucas que narra la Encarnación del Hijo de Dios sigue siendo emblemático para los cristianos. No sólo se describe la extrema benevolencia divina para con su criatura, sino la disponibilidad que muestra María al plan de salvación propuesto por Dios. Si la bondad es el motivo de la creación para que Dios establezca una alianza con la humanidad, la disponibilidad es la mejor respuesta que el hombre pueda dar a Dios desde su libertad. María es para la Iglesia el modelo supremo de diálogo con Dios, de entrega sin límites a la voluntad divina, de saber vivir de la gracia divina, no obstante ofrezca lo mejor de sí para cuidar a su Hijo. El amor ofrecido graciosamente como Hijo por el Espíritu es respondido por María con otro amor, que es, a estas alturas, vivir sólo para él, que lo entiende y retiene como un don.
 
           
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,26-38

                                               Para meditar

            «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida. Esto se puede decir de manera eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la Vida misma que renueva todo y que recibió de Dios unos dones dignos de tan gran misión. No hay, pues, que admirarse de que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa, libre de toda mancha de pecado, como si fuera una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular, la Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Dios, como Llena de gracia (cf. Lc 1,28). Y ella responde al enviado del cielo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).
            Así, María, hija de Adán, dando su consentimiento a la palabra de Dios, se convirtió en Madre de Jesús. Abrazando la voluntad salvadora de Dios con todo el corazón y sin ningún obstáculo de pecado alguno, se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con Él y en dependencia del Él, se puso, por gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención» (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 56).



          27 de marzo
         Francisco Fáa de Bruno (1825-1888)



            El  beato Francisco Fáa, de la Orden Franciscana Seglar, nace en Alessandría (Piamonte. Italia) el 7 de marzo de 1825. Estudioso de las matemáticas, pertenece al cuerpo de ingenieros del ejército italiano, llegando a obtener el grado de capitán. Forma parte del Estado Mayor del rey Víctor Manuel II, educando a sus hijos Umberto y Amadeo. Renuncia al Ejército y viaja a París para profundizar en las matemáticas con los profesores Cauchy y Leverrier. Llamado por Dios al Sacerdocio, regresa a Turín, estudia Filosofía y Teología y se ordena de Presbítero. Su Obispo le apoya en sus estudios y publicaciones sobre las matemáticas. Enseña en la Universidad de Turín y alcanza el doctorado en Turín y París. Funda la Obra de Santa Zita para la promoción de la mujer. Es una especie de “ciudad de las mujeres” en la que hay escuelas, talleres, enfermería, etc., con una clara perspectiva de fortalecimiento de la familia. Además crea con la hermana Agustina Gonella, «Las Religiosas Mínimas de Nuestra Señora del Sufragio», dedicadas a la oración por las almas del purgatorio. Muere el 27 de marzo de 1888, y un siglo después, el 25 de Septiembre de 1988, Juan Pablo II lo proclama  beato .

                                                        Común de Pastores

            Oración. Señor Dios, que has concedido al beato Francisco Fáa el don de aprender y de enseñar las profundidades de las ciencias de la naturaleza, haz que la fe ayude de tal modo al entendimiento que los avances científicos sirvan para el desarrollo de tus hijos. Por nuestro Señor Jesucristo.

Lecturas


                                   «Dios le comunicará su doctrina y enseñanza»

            El sabio escruta la creación y la pone al servicio de Dios y de los hombres. Con su inteligencia penetra las cosas, encuentra su identidad y hace que alaben al Señor en la medida que sirven para afianzar la vida humana. Esta responsabilidad de la inteligencia humana no se puede llevar a cabo sin la oración, en la cual el sabio descubre la voluntad de Dios sobre las cosas que estudia. A ello se une el que la inteligencia no sólo está para comprender los secretos de la naturaleza y la vida de los hombres, sino también para exponer el plan de salvación que Dios tiene para salvar a sus criaturas.
           
Lectura del libro del Eclesiástico                                           39,8-14

Salmo responsorial                                                    Sal 118,9.10.11.12.13.14

            V. Enséñame, Señor, tus leyes.
            R. Enséñame, Señor, tus leyes.

Aleluya                                                                                  Mt 5,6

            Aleluya. Aleluya.
            «Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre».
            Aleluya.

            Evangelio

                        «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo»

            Jesús vuelve al Padre después de la Resurrección. Ha revelado la gloria del Padre y la salvación de los hombres haciéndose uno con nosotros. Jesús ha transmitido el conocimiento de Dios, la fuente de la salvación, a la que se accede por medio de conocimiento de Jesús. Conocer es experimentar, es decir, poner en movimiento las fuerzas fundamentales físicas, psíquicas y espirituales del hombre. Experimentar y conocer a Dios lo exige. Es la gran misión que ha realizado Jesús y nos ha dejado a nosotros para que la continuemos y la extendamos a todos los hombres siempre con su mediación.

            Lectura del Santo Evangelio Según San Juan 17,1-8


                                                           Para meditar

            «Si un rayo de sol golpea el agua contenida en un recipiente, el agua rebota hacia arriba un reflejo luminoso; si el agua del recipiente está removida, también el rayo reflejado sobre la pared será oscilante, si está turbia, el rayo será oscuro; si está limpia, clara. El agua es la actividad mental del hombre, que inclina siempre hacia las cosas inferiores, a menos que la fuerza de voluntad la obligue a recogerse como en un recipiente. La agua recogida representa el recogimiento de un corazón disipado; pero cuando el agua recibe en sí el rayo de la luz celestial refleja un esplendor de luz hacia las cosas del cielo, y desde ahí eleva el rayo producido hasta el punto que no podía subir; al rayo producido por ella, el agua le imprime su semejanza y si se mueve hondulando en el vaso formará, procedente del vaso sobre la pared, un rayo oscilante; así sucede en el alma, cuando se expone a la luz divina la acoge e imprime en ella de alguna manera su semejanza, y levanta su corazón hacia el cielo, hacia el lugar al que por ningún recurso de la inteligencia y por ningún artificio práctico habría podido elevarse. Y cuanto más profundamente el chorro de luz divina penetra la mente, tanto más se eleva a lo alto; y cuanto más radicalmente el alma se recoge en la paz y en la serenidad, tanto más firmemente se introducirá en la luz suma por el camino de la contemplación. Ahí el alma reposa en paz y en una calma desbordante en moradas seguras. El alma iluminada entonces así según la exigencia de su pureza permanece muy admirada de las cosas que contempla. Ve algo que va más allá de la esperanza y está por encima de toda previsión humana, y es por eso que se manifiesta con admiración» (Gilberto de Tournai, Trattato sulla pace, 28).


                   28 de marzo
                  Juana María de Maillé (1331-1414)
                                              
            La beata  Juana María de Maillé, de la Orden Franciscana Seglar, nace el 14 de abril de 1331 en el castillo de La Roche, en la diócesis de Tours (Francia). Se desposa con Roberto de Silly en 1347. Los dos se dedican a ayudar a los afectados por la peste negra (1346-1353). Roberto fallece en 1362 y su familia aleja a su mujer de su casa y relaciones. Se retira a Tours para consagrarse a la oración y a las buenas obras. Hace voto de castidad ante el arzobispo de Tours y entra en el hospicio de los enfermos, para dedicarse por entero a ellos. Incomprendida y perseguida por las personas que la rodean, decide retirarse al eremitorio de Planche de Vaux, donde se entrega a la contemplación divina. Pronto cae enferma y se ve obligada a regresar a Tours en 1386. Aquí vive junto al convento de los Franciscanos y se pone bajo la dirección del Padre Martín de Bois Gaultier. Muere el 28 de marzo de 1414. El papa Pío IX confirma su culto en 1871.

                                                             Común de Santas Mujeres

           Oración. Concédenos, Señor Dios, que el ejemplo de oración y retiro de La beata  Juana María de Maillé nos estimule a una vida más perfecta. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lecturas

            «Que el Señor guíe vuestros corazones hacia el amor de Dios y tenacidad de Cristo»

            La oración que nos une al Señor es el fundamento de la expansión de la fe cristiana al dejar paso a la acción del Espíritu que vive en la Iglesia. Pero también la oración preserva del mal, sobre todo de las continuas persecuciones e incomprensiones que sufren los mensajeros de la salvación que Dios ha enviado por medio de Jesús. La oración nos introduce en el amor de Dios y nos da la fuerza de Jesús para resistir el mal.

            Lectura de la segunda carta del Apóstol Pablo a los Tesalonicenses     3,1-5

           
Salmo responsorial                                                              Sal 92,1-2.5

            El Señor está presente en el espacio que se ha reservado en la creación y desde ahí atrae a los hombres para que participen de su santidad, para que en su vida, orando, la orienten hacia él. Pero también el Señor se sienta en su trono sagrado, dando firmeza y solidez a la creación que ha salido de sus manos. El Señor fundamenta la vida humana y toda la creación.

            V. El Señor reina, vestido de majestad.
            R. El Señor reina, vestido de majestad.

Aleluya                                                                                  Lc 24,46

            Aleluya. Aleluya.
            «Cristo tenía que padecer,
y resucitar de entre los muertos,
y entrar en su gloria».
            Aleluya.

            Evangelio

                        «¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz »

            Después de celebrar la Última Cena con sus discípulos, Jesús se retira al huerto de los Olivos para orar. Le acompañan Pedro, Santiago y Juan para ser testigos del sufrimiento de Jesús. Tal es la tensión y tentación que padece, que pide al Padre que le aparte el cáliz del sufrimiento (cf. Heb 5,7-9; Jn 12,27-28). Dios guarda silencio y Jesús obedece. Y a partir de aquí se deja conducir por los acontecimiento que han programado los sumos Sacerdotes para salvar la estabilidad de las relaciones entre Israel y Roma, según ellos (cf. Jn 11,49-51). Obedecer al Padre es cumplir con su misión, y cumplir con su misión es amar a los hombres hasta el extremo de entregar su vida por amor. Una vida así, Dios la considera salvadora para toda la humanidad.

            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 14,32-42

Para meditar

            «Sabiendo Jesús todas las cosas que habían de venir sobre Él, por misteriosa disposición de lo alto, cantando el himno después de la cena, salió para el monte de los Olivos (Jn 18,4) a orar, según costumbre, al Padre. Y especialmente entonces, ya próximo el combate de la muerte, viendo en espíritu desbandadas y desoladas sus ovejuelas —las ovejuelas que el piadoso Pastor abrazaba con tierno afecto—, fue tan horrible en la naturaleza sensible de Cristo la aprehensión de la muerte, que vino a decir: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,30). Pero cuán grande fuese la ansiedad, que por diversas causas embistió el espíritu del Redentor, lo testifican las gotas de sudor de sangre, que de todo su cuerpo corrían hasta el suelo.
            “¡Oh Jesús, Señor y Dominador!, ¿de dónde proceden tan fuerte angustia y tan angustiosa plegaria? ¿No te ofreciste, con entera voluntad, al Padre en sacrificio?” (Anselmo, Meditaciones, 9). Sí, por cierto, mas para confirmar nuestra fe en tu humanidad, para robustecer nuestra esperanza en las horas amargas del sufrimiento, para encendernos más y más en tu amor, mostraste la natural flaqueza de la carne con signos evidentes, dándonos a entender que verdaderamente llevaste nuestros dolores (Is 53,4) y que no sin dolor, vivo y real, bebiste el cáliz amargo de la pasión» (San Buenaventura, El Árbol de la vida, 18)




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