lunes, 24 de febrero de 2014

Las Iglesia ante el cambio

La Iglesia ante el cambio






Por Manuel Lázaro Pulido
                                                                       Instituto Teológico de Cáceres
                                                                       Universidad Católica Portuguesa (Oporto)



Se dice y con razón que vivimos en un momento de crisis. Lo sustanciamos todo en la crisis económica como si fuera el eje principal de la misma. Y damos vuelta en torno a los poderes económicos, o al gasto público, a las diferencias sociales, o a conceptos que ahora todos manejamos como si fuéramos economistas de profesión. La verdad es que la situación de vulnerabilidad económica en nuestras sociedades del bienestar ha venido a ser la manifestación palpable de que lo que está haciéndose no cuadra con lo que está siendo. Y esto afecta a muchas facetas. Lo lógico es que el lector piense: “es cierto, lo que subyace es una crisis de valores”. No seré yo ahora quien lo niegue. Pero la crisis es aún más profunda, porque los valores se fundamentan en realidades y las realidades no son solo metafísicas (o sea de principios aislados), las realidades se constituyen en lo que son (en lo que son de por sí siendo en su contexto). Es decir la realidad está íntimamente relacionada. Y digo todo esto para expresar que la realidad de la crisis tiene que ver con la realidad que experimentamos. La crisis afecta pues también a las formas sociales, las estructuras antropológicas, las culturas y todo ello se retroalimenta. Así que la crisis también afecta a la Iglesia, a su estructura, a su modo de expresarse, a la sociología de su constitución teológica. La Aldea global ha cambiado las comunicaciones, ha cambiado las expectativas, ha trastocado el universo mental, la forma de relacionarnos. Ayer una investigadora que dirijo de la Universidad de Saitama en Japón y que viene para España me preguntó por mi WhatsApp para comunicarnos mejor. Yo que sigo siendo frugal en telecomunicaciones no pude darle respuesta positiva. Sin embargo más tarde utilicé el Skype para comunicarme con un profesor de Polonia. La relatividad espacio-temporal ha llegado a nuestras vidas no en forma de fórmulas matemáticas, sino bajo la implementación de los modelos que se derivan de ellas.
Y estas nuevas formas relativizan el espacio y el tiempo, trastocado las fronteras, los lugares de identidad antes conocidos. No han desaparecido las ansias de identidad, propia de los mamíferos que somos, sino el espacio físico. Cada vez más volátil. Pensemos en nuestros documentos (en nuestra memoria): del papel, al disquete, del disquete al Cd, del Cd al USB, del USB a la nube. Nuestra identidad personal también se ha volatilizado: de la firma y el sello a la firma digital de la Oficina de Registro virtual. Miremos nuestras lecturas: de Espigas y azucenas al blog de F. Martínez Fresneda. Y todo esto en un tiempo vertiginoso para que muchas mentes lo asimilen. Y esto es crisis, porque es crisis en tanto “Escasez, carestía; y “Escasez, carestía” (significados 6 y 7 del DRAE) comoMutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales” (significado 2 del DRAE). De hecho, y muy probablemente, las acepciones 6 y 7 dependan de esta. Y por analogía de la primera acepción: “Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente”. Veremos si nos mejoramos o agravamos, pero que estamos cambiando seguro.
Y en esta circunstancia a la Iglesia y a su espacio y tiempo también le tiene que afectar la crisis. La Iglesia es católica, ese espacio admite muchos vaivenes. Y su catolicidad, su forma de expresión sociológica y eclesiológica siendo así tiene la capacidad de retroalimentarse (que es lo propio del cristianismo: pues Cristo siempre da la oportunidad de configurarse con Él). Hemos de pensar si el espacio eclesiológico que nos hemos dado (con la ayuda del Espíritu Santo, claro está) es el espacio del siglo XXI. Si la estructura parroquial del II concilio Vaticano tal como está en el imaginario diocesano es posible mantenerlo. Si esa identidad puede apegarse al territorio, hoy cuando la Universidad provinciana tiene que unirse a otras para no sucumbir y hacer un curso on-line porque sino no podría sobrevivir y lo que es aún más importante (aunque lo otro es necesario): servir.
Hemos repensar una eclesiología para el cristiano del siglo XXI. Porque la realidad es que el hombre es cambiante. Y difícilmente en un mundo del mercado global (que es la realidad y la fundamenta también) hace que los hombres muden. Un servidor a vivido en más de tres países y en multitud de ciudades (por ende en multitud de parroquias). Siempre me he sentido diocesano porque aprendía  relativizar el espacio y el tiempo cuando en mi vida eso acontecía, como muchos cristianos. La mayoría adoptaron otras realidades eclesiales, aquellas que se hacían carismas y misterios en Christifideles laici (21), en realidad nuevas necesidades religiosas nacidas a ritmo de cambio social que han provocado no pocas tensiones en las parroquias. Pero no es menos cierto que es obligación conciliar dar salida a las nuevas formas en los nuevos tiempos: “incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra. Por consiguiente, ábraseles por doquier el camino para que, conforme a sus posibilidades y según las necesidades de los tiempos, también ellos participen celosamente en la obra salvífica de la Iglesia” (Lumen Gentium 33).
Hace más de ochocientos años, un laico de Asís, anuncio vivo del Evangelio, enfrentó la ruptura del espacio y el tiempo en un nuevo mundo que se configuraba, donde el espacio rural quedaba obsoleto como identidad única, y la realidad religiosa necesitaba de un nuevo lugar en la ciudad del Occidente que se iba constituyendo (el primer paso a la Modernidad). Los muros de los monasterios no podían responder a “las posibilidades y necesidades de los tiempos” y el nuevo ciudadano urbano necesitaba de una luz evangélica nueva, católica, universal. Aquel hombre pobre supo leer la crisis, supo ver el momento de la nueva eclesiología al que el IV concilio de Letrán también llegó con retraso.
Crisis es momento de cambio de la realidad y la Iglesia precisa de una nueva eclesiología para poder hacer vivo el anuncio del Evangelio en la perennidad de su mensaje. Y crisis es oportunidad para mejorar “el enfermo” o para “empeorarlo”. Y eso sí que depende de nosotros, y ahí la queja (mecanismo de defensa preferido de quien no tiene ni fe ni esperanza ni caridad) es el mejor mecanismo para empeorar el enfermo. En esto de la eclesiología cómo se haga, eso, ya no depende de mí: ¡doctores tiene la Iglesia!



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