lunes, 10 de febrero de 2014

Cultura. Elena Conde

                   El  Mozarteum orante de Benedicto XVI




por Elena Conde Guerri



                 

                    Me lo imagino ahora, esencialmente, escribiendo con pluma estilográfica y rezando a la vez. No en vano, el lema Ora et labora, que San Benito de Nursia clavó en sus carnes un día del remoto siglo VI con el propósito de que fuera la identidad de todos sus monjes, le atraía sobremanera y su fundador inspiró el nombre que eligió como Sumo Pontífice. Además, tal Santo fue proclamado Patrón de Europa pero su admirador, de niño y de joven, vivió por los arrastres de la historia insertado en las amargas peripecias de su propio país de nacimiento que se alejaba del ideal de la Europa unida, humanista y fraterna con la obsesión de implantar un segundo imperialismo.
                   Demasiado fragor para un muchacho que, si sus referentes fidedignos y nuestra propia observación no nos engañan, tendía a la introspección recreándose en un fecundo mundo interior donde todo giraba en torno a la esencia de Dios y a la grandeza y capacidades del hombre por El creado. Una inteligencia clarividente para esto, una pluma teológica certera y también clara aunque, quizá, su comprensión exija a más de uno una preparación previa. Así se ha dicho y es probable. Pero ahí radica también el atractivo de la fe adulta. Podemos subir y subir, como en una retadora Escalera de Jacob, o podemos descansar en el primer peldaño en la certeza de la Verdad (ésta es la condición) si nuestras capacidades son más limitadas.
                  Tras muchos años de estudio, ordenación sacerdotal, bibliotecas, tatareo de música clásica, cátedras de Universidad, consagración episcopal y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y Presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y un largo ecétera, el Espíritu sopló en el cónclave pertinente hacia su solideo. Los acontecimientos que siguieron son de sobra conocidos. Trascendieron por todo nuestro mundo global. Dieron lugar a profundas reflexiones y también a un sentimiento de admiración hacia su valiente coherencia. Ninguno de los vaticinios retorcidos que giraron después se ha cumplido. Todo sigue su curso asentado en la roca que es Pedro, porque los cimientos no son los de los cónclaves, ni los de la Basílica en cuestión ni siquiera los de los mausoleos de la necrópolis vaticana, sino que son el primer Papa y, en la prospección arqueológica-teológica descendente, el propio Jesucristo.
                 No he querido dar, voluntariamente, ni fechas ni el nombre de pila y apellidos de su DNI, aunque todos lo habrán identificado por su otro nombre. Máxime ahora  en que el 11 de febrero se ha cumplido un año de su renuncia. De vez en cuando, recuerdo con agradecimiento y ternura al Papa emérito. Pienso que en las estancias de la Mater Ecclesiae  ha montado su Mozarteum particular. ¿Por qué no, si en Salzburgo ya lo tienen desde hace tiempo?. Un espacio múltiple para esperar a Dios cuando éste lo disponga, no sin añoranzas, quizá, pero sin duda con más cuentas de rosario, audiciones de los conciertos para clarinete o  Las bodas de Fígaro si le  apetece, información actualísima y charlas con su sucesor más de lo que pudiésemos suponer.
                La sucesión de los Obispos de Roma no se colapsa. Nunca. Tenga Ustedes la certeza de que la Providencia concede a su Iglesia la persona más adecuada en cada etapa y circunstancias para que la nave no naufrague. Ahora, todos estamos exultantes con el Papa actual, nuestro Francisco, porque tiene esa capacidad para contagiar el mensaje evangélico y también esa fuerza y vigor del oso (latente, pero está ahí si es necesario ser expeditivo) que en el momento actual hay que tener. Oso que, precisamente, su antecesor quiso incorporar en el emblema de su escudo papal.
                  


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