domingo, 22 de diciembre de 2013

Para meditar. La Encarnación

                                  La Encarnación




«La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros» (Jn 1,14)


1.- La comunión íntima y máxima entre Dios y la Palabra se revela al mundo, y su gloria se hace visible a los creyentes como en otros tiempos el Señor se manifiesta a Israel. La revelación de Dios ahora está en el «Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad». Lo que se puede ver de Dios no es la gloria que el Hijo tenía con el Padre antes del tiempo, ni a Dios todo y totalmente, sino en la vida del «Hijo único del Padre», un don de Dios que la comunidad cristiana comprueba que es verdad.

2.- Por consiguiente, queda descartado abandonar el mundo para irse a lo más alto del cielo. El Señor se ha movido en sentido contrario: ha dejado su gloria para tomar la vida humana. El Hijo de Dios se ha puesto al alcance de los hombres. No debemos huir de la historia, pues el Señor se ha encarnado en ella. Aquí reside la clave de la fe cristiana: se apoya en una presencia de Dios en la historia de Jesús. Para salvarnos no podemos desertar de nuestra vida, de nuestras circunstancias, no podemos negarlas, sino asumirlas y mirarlas cara a cara.

3.- Un himno de la primera comunidad cristiana dice: «... el cual [Cristo Jesús], a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, una muerte en cruz» (Ef 2,6-8). El rico asume un modo de ser esclavo, se hace a imagen y semejanza del hombre, lo que le obliga a despojarse de sí en su relación histórica. Es un vaciarse de sí tan radical, y lleva consigo una generosidad tan extrema, que se coloca en el lugar más ignominioso que puede sufrir el ser humano, como es la muerte en la cruz. Es lo que no debemos olvidar, como también que Dios hace que su Hijo retorne a la gloria divina tansformándose en «soberano» de todo lo creado.


Teología. Navidad

NAVIDAD



Evangelio de Juan, 1,1-18

En el principio ya existía la Palabra […]
En la Palabra había vida
y la vida era la luz de los hombres,
y la luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió. […]
La Palabra era la luz verdadera
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron
les da poder para hacerse hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre
ni de amor carnal ni de amor humano
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria,
gloria propia del Hijo Único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
1.- El Evangelio de San Juan comienza con unas declaraciones sobre la «Palabra», que van a elevar la confesión de fe en Jesús a su nivel máximo: la relación de Dios con él es una relación de Padre con su Hijo; y la relación de Dios con la creación y con nosotros es para decirnos quién es Él y su voluntad de salvarnos.  Es decir, Dios se revela para salvarnos y para decirnos que es nuestro Padre, y nos hace sus hijos en su Hijo unigénito. La Palabra se encarna en Jesús, y a Jesús lo comprendemos según se relata su vida y su doctrina en los Evangelios. Queda por saber cómo se ha realizado el plan salvador de Dios en la historia humana.

            2.- El Prólogo de Juan lo propone del siguiente modo. a.- El cosmos no es el primer acto creador de Dios, sino su «Palabra», que coloca su existencia fuera del espacio y del tiempo: «Al principio ya existía la Palabra», aunque no existe por sí misma; b.- hay una comunión entre Dios y la Palabra, que es una relación viva y, por tanto, activa: «y la Palabra estaba junto a Dios», no de una forma estática, como sentado junto a Dios, sino en movimiento, con el sentido de encaminarse, orientarse, dirigirse a Dios; c.-  y «la Palabra era Dios» que manifiesta la relación y presencia de la «Palabra» en el ámbito divino confiriéndole una identidad diferente; vendría a decir: «lo que Dios era también lo era la Palabra», por eso, la Palabra y Dios no forman una misma realidad; d.-  de nuevo se prueba la comunión entre Dios y su Palabra, y se une con el pronombre «ésta» a la primera afirmación de su existencia previa a la creación: «Ésta al principio estaba junto a Dios», y así entronca la revelación divina que hará con su presencia en la historia humana.

3.- Hay relación íntima y permanente entre la Palabra y Dios, que en la historia humana se da entre el Hijo unigénito y el Padre. Comprende esta etapa tres acciones fundamentales para la vida creada. En primer lugar, Dios crea por ella: Dios es conocido en la historia por medio de la Palabra. Dios origina la vida por medio de la Palabra y esta vida es la fuente de la luz que ilumina a los hombres para separarlos del mal, es decir, para salvarlos. En segundo lugar, la Palabra, ahora se pone en movimiento para dejarse ver. Y resulta que se encuentra también con un rechazo doble: «... el mundo no la reconoció [...] y los suyos no la acogieron». Hay «nacer de nuevo» para reconocer la Palabra; es un proceso que arranca de Dios y pone en movimiento las semillas divinas que están en el corazón humano para que se le reconozca y acepte en el ámbito del Reino. En tercer lugar, se muestra en la historia lo que ha venido anunciándose: «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros».


Evangelio. Nochebuena

           NOCHEBUENA


                                 Evangelio de Lucas 2,1-14

            En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo en el mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad.  También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
 En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo:  «No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».  De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo  y en la tierra paz a los hombres que Dios ama».

            1.- El censo de Quirino hace viajar a José y María a Belén, ―que significa «casa del pan»―, donde la tradición afirma que es la ciudad del futuro mesías (cf. Miq 5,1) y, en parte, de David (cf. 1Sam 17,12.58). José, como padre, debe darle la identidad judía a Jesús; él pertenece a la casa de David, de cuya descendencia debe venir el salvador de Israel. José recorre 150 km. con María y pasa de 650 ms. a 880 ms. sobre el nivel del mar, por eso «sube» a Belén. Belén es una ciudad muy pequeña, situada a 7 km. de Jerusalén. María da a luz en una establo, ―la presencia del buey y la mula provienen del profeta Isaías (1,3)―, lugar mucho más íntimo y privado que una posada, donde ganados, animales y transeúntes se mezclan por las noches. No podría faltar la matrona, obligada a estar en todo parto de una familia judía. El cielo, entonces, comienza a hablar, como sucede con las anunciaciones a José y María. La luz divina brilla en la noche a unos pastores que pueblan la zona, debido a la cantidad de sacrificios que se hace de corderos en el templo de Jerusalén. El anuncio comunica la noticia del nacimiento del salvador, la consiguiente alegría que origina todo nacimiento, y en este caso más, pues la identidad del recién nacido es la del esperado Mesías, el Señor y Salvador futuro de Israel.

2.- Jesús nace en un pesebre y los ángeles se lo comunican a una gente sencilla, como son los asalariados que cuidan los rebaños. El amo del rebaño duerme en su casa. Diferente a Juan Bautista, Gabriel ha anunciado el nacimiento de Jesús a sus padres en sus casas, bien lejos del templo, lugar sagrado de Israel, y de Jerusalén, la ciudad santa por antonomasia, y de Roma, capital del mundo económico y político de entonces. El Hijo de Dios nace pobre, y los pobres, los pastores, son los únicos que pueden reconocerlo. Como después sucederá cuando Jesús predique el Reino y cumpla la profecía de Isaías: «Los pobres son evangelizados», le dirá a los discípulos de Juan Bautista para identificarse con el esperado de Israel (cf. Mt 11,5; Lc 4,18).  Con Jesús, Dios habla desde su bondad y desde su ternura para poder actuar con misericordia con los marginados de toda situación humana; los que no cuentan en esta vida. Pero los ángeles se encargan de que no pase inadvertido el nacimiento y proclamen un mensaje de paz entre los hombres que sólo es posible cuando esa paz la ha establecido Dios con nosotros.

3.- El cardenal Hummes (Sao Paolo. Brasil) le dijo al Papa nada más ser elegido: «No te olvides de los pobres». Y el papa Francisco lo está llevando a cabo en la doctrina y en la práctica, y está obligando a los evangelizadores de la Iglesia a encauzar sus actividades con ellos según el Evangelio. El cristianismo no puede descuidar dos cosas que lo identifican en la historia humana: la revelación y la experiencia de Dios como amor y la recuperación de la dignidad humana de los marginados. Todo lo demás es secundario frente a estas dos responsabilidades históricas. Pero, a la vez, debemos der conscientes de una cosa:  sólo se percibe la pobreza y soledad de los demás cuando cada uno, en su vida personal, no está lleno de sí, sino que es un mendigo del amor, que sólo se sacia de la relación amorosa del Señor y de su presencia amorosa en todo ser viviente. Si no es así, no se podrá descubrir los lugares de soledad y pobreza que nos circundan.