viernes, 29 de noviembre de 2013

Meditación al Evangelio del I Adviento (A)

Equipo PJV franciscanos (FAV)
Plaza de San Antonio, 1 - Ávila
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Lectura del Evangelio Mateo 24, 37-44

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del  hombre, pasará como en tiempo de Noé.  Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que  Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los  llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos  hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos  mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.  Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.  Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene  el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.  Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que  menos penséis viene el Hijo del hombre».
1.-  Justo antes de este texto de hoy, Mateo ha subrayado que el Hijo del hombre vendrá (Mt 24,4-35).  Ahora dice que no sabemos el momento.  La alusión a la historia del diluvio (Gn 6-7) se hace como ejemplo de aquello que llega de manera repentina e imprevista en un día cualquiera; quienes no estaban preparados recibieron las consecuencias negativas. El Señor vendrá cuando todo el mundo estará haciendo su vida de cada día, viene cada día, en la vida más ordinaria. Quien está atento, vive con Él.  Jesús desvía la atención de los discípulos: de fijarse en la fecha de la venida futura a fijarse en el presente. La preocupación de quienes seguimos a Jesús no tiene que ser cuándo se acabará el mundo, sino qué actitud tenemos que mantener mientras vivimos en este mundo. Dada la condición de ignorantes del día y la hora, se nos propone de vivir velando, para estar a punto para el encuentro con el Señor.

            2.- La imagen del ladrón refuerza esta invitación, remarcando el carácter imprevisible de la venida de Cristo. Y con la imagen de los dos sirvientes que Mateo presenta a continuación (Mt 24,45-51), así como con las parábolas del capítulo siguiente (Mt 25,1-30), se aclara qué quiere decir “velar”: dar fruto, cumpliendo la voluntad de Dios. Después (Mt 25,31-46) nos presenta cual será el criterio del día del juicio: el amor en el “hoy”, en el presente. 
            Este “velar” para “dar fruto” pasa por estar atento a lo que sucede en el entorno y en el mundo en general; pasa por hacer discernimiento (con los demás) para descubrir qué es la voluntad de Dios en cada situación; pasa por rogar-rezar (Mt 26,41). Velar así nos mantiene firmes en la fe, nos da coraje, nos ayuda a vivir sobriamente.

3. En este primer domingo se ofrece una respuesta a las incertidumbres de las personas. El profeta no espera la salvación de los hombres ni de los poderes políticos, sino de Dios mismo. Daremos razón de la esperanza no con nuestras palabras, ni por imperativo moral, sino por un estilo de vida de quien se pone en pie, mira el horizonte, convoca a otros, ajusta velas y enfila la barca. La esperanza no es algo que tenemos sino algo que compartimos. ¿Vives confiado? ¿Te sientes lleno de miedo? ¿En quién tienes puesta la confianza? ¿Te fías? ¿Estás en vela? ¿Vives alerta, a la espera, vigilante? ¿Esperas al Señor que viene a tu vida?

4.- Reflexión franciscana.   Clave de la reflexión: Como Francisco, lee, ora y vive la Palabra de Dios en fraternidad, en comunidad. Porque el ejercicio de la Lectio Divina en fraternidad enriquece la vida de la comunidad y acrecienta los vínculos entre los hermanos, quienes son alimentados por la Palabra, leída, meditada, orada y compartida. Deja que el Espíritu Santo sea el Maestro interior que te vaya adentrando en la Palabra. ¡Qué mejor que podamos discernir los acontecimientos de la vida apoyados en la Palabra de Dios!
            Francisco al principio de su conversión le pedía al Señor la fe recta lo que hemos de entender el dejar atrás lo superficial, tal vez lo engañoso, y descubrir en todo la presencia viviente del Amor personal de Dios y al mismo tiempo, el valor de cada ser, como también su llamada y su destino último que es Dios mismo…
            Pero la fe, en todo su realismo, entraña también percatarse de que nuestro mundo está en gestación, está inacabado, está herido, y de que el mal está en él demasiado presente y de que son inciertas nuestras
expectativas de felicidad. Por eso Francisco también pide ESPERANZA CIERTA, que constituye un sobresalto de optimismo, de vitalidad, la certeza de que las promesas y el compromiso mismo de Dios no pueden fracasar, que el futuro absoluto – plenitud de vida y de felicidad – está reservado a los que Dios ama: a todos los hombre y al mundo en cuanto cosmos e historia. Es la certeza de que un reino nos está preparado desde el origen del mundo (Mt 25,34, 1R 23,4) en feliz compañía y en la fruición por siempre de Dios (ParPN 4)