sábado, 30 de noviembre de 2013

La Inmaculada y Juan Duns Escoto

                                 La Inmaculada y Escoto

Escoto es llamado el Doctor Mariano, sobre todo por su defensa de la Inmaculada Concepción. En los escritos de los Padres aparece cada vez con más intensidad la santidad de María y según Agustín “La piedad exige que la confesemos exenta de pecado” (De la naturaleza y de la gracia, 1 36). No obstante y desde Rom 5,12, el Doctor de Hipona somete a María al pecado de origen para que la salvación de Jesús, la gracia de regeneración, sea necesaria para todo el mundo: “Y no atribuimos al diablo poder alguno sobre María en virtud de su nacimiento, pero sólo porque la gracia del renacimiento vino a deshacer la condición de su nacimiento” (Réplica a Juliano [ob. in.] 4 122).

En tiempos de Escoto, la teología se encontraba con el problema de la necesidad universal de la gracia y la convicción de que el pecado original se transmitía por medio del acto generador humano. Sin embargo, Eadmero, discípulo de san Anselmo, pone las bases para solventar en principio estas dificultades que tenía la teología, aunque la piedad popular seguía su curso convencida de que María fue concebida sin pecado. Eadmero defiende que Dios podía librar a un ser en su concepción del pecado original. “Lisa y llanamente podía y quería; si, por tanto, quiso, lo hizo”: “... potuit plane et voluit; si igitur voluit, fecit” (Tractatus de concepcione sanctae Mariae PL 159 305).

Escoto parte de una comprensión del pecado original diversa a la que se daba en su tiempo. Entiende dicho pecado sólo desde la privación de la justicia original (Ordinatio II d 32 q un. n 7) y niega la relación entre la concupiscencia, que afecta a la carne y de ésta pasa al alma, y dicho pecado de origen, como se concebía en su tiempo (P. Lombardo, II Sent., d 31 c 4). Esta carencia de la gracia primera se contrae en el mismo momento de la concepción, lo que se sigue que no existe voluntariedad en la persona, sino sólo su relación con la voluntad pecadora de Adán dada por la generación natural (Ibíd., n 14). Este pecado se tiene, pues, por las consecuencias del de Adán, que origina un estado de pecado para todos y por el cual Dios quita la justicia debida al hombre, ya que la condición por la que comunica dicha justicia es la obediencia del primer hombre. De hecho, se recobra la justicia por medio de la gracia santificante, que rehace el orden primitivo de la humanidad con la relación filial con el Padre.



Escoto formula tres hipótesis sobre las posibles formas que Dios puede tener para infundir la gracia. La primera es cuando se bautiza después de nacer; o en el desarrollo del feto antes de nacer; o en el mismo instante de la concepción, creando un alma con la gracia santificante. En este último caso, no se contrae el pecado original, porque la persona se crea ya con la gracia. Es el caso de María. Por tanto, la concepción sin pecado es posible desde la mismas condiciones y presupuestos del pecado original, según lo entiende el Doctor Sutil y Mariano.

Desde la afirmación de que todos hemos sido hecho pecado para que todos necesitáramos la gracia de Jesucristo para salvarnos (Rom 5,12), Escoto afirma que la salvación es universal en la medida en que Cristo es un mediador perfecto (Rep. Paris. III d 3 q 1 n 4), al ser perfecto Dios y perfecto hombre (Ordinatio I d 17 p 1 q 1-2 n 111). Por consiguiente, la mediación para la salvación debe cubrir todos los campos posibles para que la redención alcance toda la realidad y supere toda posibilidad de salvación de cualquier otro mediador. Esto se alcanza cuando, no sólo libera del pecado, sino también cuando es capaz de preservar a una persona de él. Es lo que sucedió con su Madre. Jesucristo preservó a María de toda mancha original y ejerció así la mediación universal de la salvación más perfecta posible (Ibíd., III d 3 q 1 n 4), ya que es más fácil reconducir a un pecador a Dios que impedir la posibilidad de que una persona pueda ofender a Dios y separarse de Él; es más fácil evitar el pecado actual que crear la misma imposibilidad de pecar; y se agradecerá más Jesucristo su acción sobre María, porque ha mostrado su mediación en el más alto grado, ratificando su capacidad infinita de salvación (Ibíd., III d 3 q 1).

A esta posibilidad de que María no contrajo el pecado original, se añade la conveniencia de que así sea al no estar en contradicción con la autoridad de la Escritura y de la Iglesia (Ibíd., n 10), según ya había razonado Guillermo de Ware (Quaestiones de Immaculata Conceptione B.M.V. Firenze 1904). Así pues, por Escoto y su Escuela se potencia la defensa de la Inmaculada, a la que se unieron todos los Franciscanos e ilustres seguidores de Santo Tomás como Catarino (_1553), Campanella (_1639), Spada (_1872), etc., además del voto inmaculatista que todas las Universidades Católicas suscribieron comenzando por la Sorbona en 1496. Con Escoto se logró unir la teología y la piedad cristiana.



En fin, todos estos razonamientos de Escoto sobre María vienen a enseñarnos que es la nueva Eva; que en un mundo corrompido por el pecado, es posible ser bueno y llevar una vida inocente y sencilla, como se condujo el hijo de San Francisco,  que imitándola en su corta e intensa vida cristiana y franciscana alcanzó la felicidad y gloria de los santos.




Evangelio. Adviento I (A)

ADVIENTO I (A)

Lectura del evangelio de Mateo 24, 37-44

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del  hombre, pasará como en tiempo de Noé.  Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que  Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los  llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos  hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos  mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.  Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.  Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene  el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.  Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que  menos penséis viene el Hijo del hombre».

            El Adviento mira al pasado: el anuncio de los profetas de la venida del Mesías, que los cristianos celebramos con el nacimiento de Jesús. Y mira también al futuro: la venida del Hijo del hombre para actuar el juicio de salvación. Dicho juicio hace que la vida presente adquiera un sentido exclusivo bien, que es lo que permanecerá de nuestra vida.

1.- Jesús anuncia el juicio divino, y cree que está cercano, como Juan Bautista. Esta inminencia que da a la acción de Dios conduce a que todo hombre se piense y experimente dentro de dicho horizonte, al cual debe remitir y orientar todos sus comportamientos: «A vosotros mis amigos os digo que no temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Os indicaré a quién debéis temer: temed al que después de matar tiene poder para arrojar al fuego. Sí, os repito, temed a ése» (Q/Lc 12,4-5; Mt 10,28).

2.- La proximidad del juicio provoca una tensión que lleva a estar preparado de una forma permanente. El juicio vendrá de improviso, de repente. De dos personas que estén durmiendo en una misma cama, una será elegida y otra rechazada; o de dos que estén moliendo, una será elegida y la otra rechazada (Lc 17,34-35; cf. Mt 24,40-41). De ahí la vigilancia continua ante la cercanía del Señor, que conlleva abrir un espacio en las preocupaciones cotidianas para que éstas no impidan ver la cercana salvación.
Por eso es preferible en esta situación que si alguien debe algo no permita que su acreedor le lleve al juez y éste lo meta en la cárcel, sino que se entienda con él, lo que significa que cambie de vida y haga las paces, es decir, aproveche la oferta presente de salvación que le hace Jesús antes de esperar a un juicio futuro con una condena segura. Así, pues, la cercanía e inicio del Reino en la historia conlleva una actualidad del juicio que se verifica en una condena y, en algunos casos, la victoria del bien.

3.- Se puede invocar el reconocimiento de la actuación y persona de Jesús en el presente a fin entrar en el Reino y juicio futuro: «Si uno se avergüence de mí y de mis palabras, ante esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre de los santos ángeles» (Mc 8,38par); también «Os digo que a quien me confiese ente los hombres, este Hombre lo confesará ante los ángeles de Dios. A quien me niegue ante los hombres lo negarán ante los ángeles de Dios» (Q/Lc 12,8-9; Mt 10,32-33).


viernes, 29 de noviembre de 2013

Meditación al Evangelio del I Adviento (A)

Equipo PJV franciscanos (FAV)
Plaza de San Antonio, 1 - Ávila
Tel. 920 221 614 / franciscanos.iberica@gmail.com

Lectura del Evangelio Mateo 24, 37-44

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del  hombre, pasará como en tiempo de Noé.  Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que  Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los  llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos  hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos  mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.  Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.  Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene  el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.  Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que  menos penséis viene el Hijo del hombre».
1.-  Justo antes de este texto de hoy, Mateo ha subrayado que el Hijo del hombre vendrá (Mt 24,4-35).  Ahora dice que no sabemos el momento.  La alusión a la historia del diluvio (Gn 6-7) se hace como ejemplo de aquello que llega de manera repentina e imprevista en un día cualquiera; quienes no estaban preparados recibieron las consecuencias negativas. El Señor vendrá cuando todo el mundo estará haciendo su vida de cada día, viene cada día, en la vida más ordinaria. Quien está atento, vive con Él.  Jesús desvía la atención de los discípulos: de fijarse en la fecha de la venida futura a fijarse en el presente. La preocupación de quienes seguimos a Jesús no tiene que ser cuándo se acabará el mundo, sino qué actitud tenemos que mantener mientras vivimos en este mundo. Dada la condición de ignorantes del día y la hora, se nos propone de vivir velando, para estar a punto para el encuentro con el Señor.

            2.- La imagen del ladrón refuerza esta invitación, remarcando el carácter imprevisible de la venida de Cristo. Y con la imagen de los dos sirvientes que Mateo presenta a continuación (Mt 24,45-51), así como con las parábolas del capítulo siguiente (Mt 25,1-30), se aclara qué quiere decir “velar”: dar fruto, cumpliendo la voluntad de Dios. Después (Mt 25,31-46) nos presenta cual será el criterio del día del juicio: el amor en el “hoy”, en el presente. 
            Este “velar” para “dar fruto” pasa por estar atento a lo que sucede en el entorno y en el mundo en general; pasa por hacer discernimiento (con los demás) para descubrir qué es la voluntad de Dios en cada situación; pasa por rogar-rezar (Mt 26,41). Velar así nos mantiene firmes en la fe, nos da coraje, nos ayuda a vivir sobriamente.

3. En este primer domingo se ofrece una respuesta a las incertidumbres de las personas. El profeta no espera la salvación de los hombres ni de los poderes políticos, sino de Dios mismo. Daremos razón de la esperanza no con nuestras palabras, ni por imperativo moral, sino por un estilo de vida de quien se pone en pie, mira el horizonte, convoca a otros, ajusta velas y enfila la barca. La esperanza no es algo que tenemos sino algo que compartimos. ¿Vives confiado? ¿Te sientes lleno de miedo? ¿En quién tienes puesta la confianza? ¿Te fías? ¿Estás en vela? ¿Vives alerta, a la espera, vigilante? ¿Esperas al Señor que viene a tu vida?

4.- Reflexión franciscana.   Clave de la reflexión: Como Francisco, lee, ora y vive la Palabra de Dios en fraternidad, en comunidad. Porque el ejercicio de la Lectio Divina en fraternidad enriquece la vida de la comunidad y acrecienta los vínculos entre los hermanos, quienes son alimentados por la Palabra, leída, meditada, orada y compartida. Deja que el Espíritu Santo sea el Maestro interior que te vaya adentrando en la Palabra. ¡Qué mejor que podamos discernir los acontecimientos de la vida apoyados en la Palabra de Dios!
            Francisco al principio de su conversión le pedía al Señor la fe recta lo que hemos de entender el dejar atrás lo superficial, tal vez lo engañoso, y descubrir en todo la presencia viviente del Amor personal de Dios y al mismo tiempo, el valor de cada ser, como también su llamada y su destino último que es Dios mismo…
            Pero la fe, en todo su realismo, entraña también percatarse de que nuestro mundo está en gestación, está inacabado, está herido, y de que el mal está en él demasiado presente y de que son inciertas nuestras
expectativas de felicidad. Por eso Francisco también pide ESPERANZA CIERTA, que constituye un sobresalto de optimismo, de vitalidad, la certeza de que las promesas y el compromiso mismo de Dios no pueden fracasar, que el futuro absoluto – plenitud de vida y de felicidad – está reservado a los que Dios ama: a todos los hombre y al mundo en cuanto cosmos e historia. Es la certeza de que un reino nos está preparado desde el origen del mundo (Mt 25,34, 1R 23,4) en feliz compañía y en la fruición por siempre de Dios (ParPN 4)

martes, 26 de noviembre de 2013

Opinión. Educados por Hacienda

                                     Educados por Hacienda

                                                           Francisco Henares

            A veces tiene uno la impresión de que no sabemos cómo y en qué debemos educar a nuestros hijos, y menos sabemos todavía qué deben estudiar en los colegios para que se hagan hombres y mujeres. Pero luego, vienen los políticos a resolverlo, y todavía nos lían más. Fíjense qué noticia me leí hace unos pocos meses: “El PP educará fiscalmente a los niños desde los once años en los colegios”. Y ¿saben cómo? Con este fin: “para que tengan conocimientos tributarios, y así cumplan con Hacienda cuando sean mayores de edad”. Se queda uno de piedra y cariacontecido, y entonces se dice uno para sí mismo: ¿y desde los 11 años no hay nada más importante que estudiar que eso? ¿Por qué no dedican más tiempo en los colegios a crear grupos de teatro, o a escuchar más música para que no nos maten con ese chinchin-chinchón a todo trapo cuando pasan con el coche con las ventanas bajadas? O ¿por  qué no se hacen grandes campañas para que la gente lea y relea, y para que se juegue menos a chatear y a escribirse mensajes con tontaditas, perdiendo el tiempo? O ¿por qué no estudian urbanidad y buenos modales, que estudiábamos nosotros de pequeños y en el bachillerato? O ¿por qué no los educan en que sean más solidarios y que se fundamente esa inclinación que es natural a la persona, en vez de parecer sólo caritativa de rico a pobre? Y por favor, que no se preocupen mucho de Hacienda si no aprenden pronto todo lo tributario, que ya se encargará Hacienda de recordárselo, con recargo incluido, apenas se descuiden. Dicho con otras palabras: ¿se pretende ahormar los cocos y las conciencias en que paguen, pero no se les ahorma en que no evadan capitales al extranjero? O ¿no se les enseña por qué unos pocos son tan ricos ya desde pequeños y a su alrededor hay millones de pobre? Podía enseñar el colegio y Hacienda la historia del movimiento obrero. Abre el apetito. Es, por tanto, explicable que un periódico el día de esa noticia pegara al lado una frase de Antoine de Saint Exupery (sí, el de El Principito). Decía irónicamente: Los niños tienen que tener mucha tolerancia con los adultos. Hace falta paciencia, sí, para oír las cosas que se oyen. Porque los adolescentes –si se han enterado de la noticia- estarán diciéndose: Nos toman por tontos Nosotros lo que queremos estudiar es a vivir en paz y no en paro. Y es que los políticos que cargan de responsabilidades a los niños, deberían cargarse ellos en su hombro tales responsabilidades. O algo mejor, como dice el evangelio: deberían los mayores hacerse como niños si quieren entrar en el Reino. O dicho en plata: menos leyes y reformas de educación y más ir al grano. Lo que hay que estudiar es contra la mediocridad reinante, y contra quiénes son responsables de que este mundo vaya como va a la deriva siempre de los mismos, es decir, la gente sencilla. O en fin, estudiar por qué existen el doble de políticos en España que en Alemania, por ejemplo, o por qué cobra un político un sueldo muy superior a cuando él era un funcionario, o trabajaba de profesor en un Instituto o en una empresa. Si es que trabajaba, porque la queja general del público hoy  es que a los políticos se les nota que muchos no han trabajado en una fábrica, o algún tajo obrero. Así que vamos a ser solidarios de una buena educación en colegios y en familia; vamos a estudiar lo que más merece la pena, y no los intereses de que hagamos  los deberes con Hacienda y sus impuestos, y lo aprendamos ya desde los 11 años.                                                                                            Más bien demos gracias de que la gente se haga su declaración de Hacienda (que es enrevesada hasta en el lenguaje), y que haya aprendido la pobre mujer hasta ordenador y cuentas y galimatías. Si no fuera así, faltarían oficinistas y auxiliares de Hacienda teniendo que hacerlas. Porque ya que paga la gente sólo falta que se tengan que redactar ellos a sí mismos la factura. Ser solidario no es sólo llevar las cuentas de los demás, sino hacerse cuenta de cuán cumplidor es el hombre de a pie, cuando otros se escapan sin cumplir. A lo mejor es que no se lo enseñaron desde que tenían 11 años. ¡Lo que se aprende con la vida, caramba!                                         


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Oración. El rey de los judíos.

                                    
                         Oración

                                       Cristo Rey [C]

Evangelio de Lucas

El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas [a Jesús], diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban también de él los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificado lo insultaba diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: « ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le respondió: «En verdad: hoy estarás conmigo en el Paraíso». 

1.- Las burlas. Con las afrentas a Jesús en la cruz, se ahonda y continua el desprecio que sufre después de la sentencia de muerte, cuando le colocan la corona de espinas. Los sabios menean la cabeza, con lo que expresan su rechazo a Jesús; y al gesto se unen las palabras, que son un eco de las palabras de Caifás en el proceso religioso: No puede ser el enviado de Dios. Y los soldados también le gritan con la acusación de Pilato:  «rey de los judíos», como ha quedado establecido en el juicio y reza la sentencia escrita en la tablilla.
Muchos cristianos de todos los tiempos saben del desprecio de las instituciones políticas, económicas y sociales. Y muchos cristianos de todos los tiempos experimentan persecuciones e incomprensiones de sus compañeros, de sus conocidos, de sus familiares. Como Jesús, hay que unirse a la raíz de la vida, a Dios, porque Él dará la fuerza para no caer en la desesperación o en el rechazo de la existencia. Y sólo Él puede mantener la esperanza de cambiar el mal por el bien, como ocurrió con la Resurrección. Lo que no vale es pactar con el mal, aunque los beneficios sean evidentes.

2.- La salvación.  Lucas presenta a dos bandidos junto a Jesús. Uno le injuria, el otro no. El que le injuria le pide que le baje de la cruz, pensando que el Mesías es todopoderoso, como quien le envía: Dios. Quiere vivir, huyendo del sufrimiento. Jesús guarda silencio, como lo ha hecho con las injurias anteriores. La respuesta la recibe de su compañero, que le llama la atención sobre el temor al juicio divino al que se va a someter muy pronto. Su defensa de Jesús, hace que le adelante la salvación al momento de morir: hoy estarás conmigo en el paraíso.
No es tan fácil saber leer dónde está la salvación, dónde está la felicidad. Si nos guiamos, como el mal ladrón, por los sentimientos inmediatos, podemos errar. Nunca, sin embargo, nos equivocaremos, si nos adherimos al bien, a la defensa de la vida, a beneficiar a los marginados y menesterosos. Para ello hay que vivir desde el amor divino, para no buscar la recompensa a nuestros servicios. Jesús dona gratuitamente la salvación al buen ladrón.


            3.- El letrero de la cruz: rey de los judíos. En la cruz, es evidente que Jesús no es rey como suena esta palabra y concepto en la historia humana. Pero tampoco, y esto es más doloroso para Jesús y la comunidad cristiana, no es «señor»  por su unión con Dios y su pretensión de ser su revelador de amor misericordioso. Pues su reivindicación es una clamorosa mentira ante los acontecimientos. La gente que le mira desde la muralla se encarga de acentuar su fracaso o su ridícula aspiración. Tanto en la vida personal, como fraterna, los cristianos y los franciscanos sabemos de las incomprensiones y persecuciones. Y no hay que justificar el bien, o la vida orientada desde el amor del Padre, con peleas callejeras, o ante el imponente poderío de los medios adversos a la fe. El amor se abre paso por sí mismo, y si los hombres lo destruyen, ya se encarga el Señor de resucitarlo. «Si el grano de trigo no muere……».
Reconocerse pecador es el primer paso de la conversión, que se afianza con una llamada a la misericordia de Jesús, porque «no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se arrepientan». Y aquí sí que es rey Jesús: cuando salva y le devuelve el sentido de vida al crucificado.




martes, 19 de noviembre de 2013

Comentario al Evangelio de Cristo Rey

Evangelio

Cristo Rey. Ciclo C

          De Lucas (23,35-43)

El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas [a Jesús], diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban también de él los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificado lo insultaba diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: « ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le respondió: «En verdad: hoy estarás conmigo en el Paraíso». 

1.- Las burlas. Con las afrentas a Jesús en la cruz, se ahonda y continua el desprecio que sufre después de la sentencia de muerte, cuando le colocan la corona de espinas (Mc 15,16-20par). Los Evangelios narran tres focos de las injurias. Los espectadores de la crucifixión (cf. Lam 2,15; Sal 22,8; Mc 15,29-30). La gente se mofa dirigiendo su afrenta al crucificado, menean la cabeza, con lo que expresan su rechazo a Jesús; y al gesto se unen las palabras, que son un eco de las primeras acusaciones que hacen los testigos en el proceso religioso (Mc 14,58par): el poder que supone destruir la mole del templo, equiparable sólo al poder divino, contrasta con la realidad que está sufriendo Jesús, clavado en la cruz e impotente para liberarse de ella.
Aún más. Del crucificado se afirma que es «Hijo de Dios», igual que en el bautismo y en las tentaciones, y se recurre a dicha cualidad para comprobar la ignominia de la situación: «Se ha fiado de Dios: que lo libre si es que lo ama. Pues ha dicho que es hijo de Dios» (Mt 27,43). Como dice el Salmo (22,9): «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere». La fidelidad de Jesús a Dios que ha mostrado a lo largo de su ministerio se pone a prueba ante la crucifixión. Es la misma tentación del desierto, donde el diablo le recuerda su condición filial para romper la unión que mantiene con Dios: «Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes [...] Si eres hijo de Dios, tírate abajo [desde el alero del templo]» (Mt 4,3.6; Lc 4,3.9). La obediencia a la Palabra de Dios y su confianza en Él impiden que rompa su relación filial. Ahora, al final de su ministerio, la gente le recuerda la fantasía o ficción de su mensaje, ya que no tiene una repercusión real, tanto en su vida, como en la de sus seguidores huidos o escondidos. Pero la afrenta no sólo va contra Jesús, sino que alcanza a la fidelidad de Dios para su hijo querido, pues los hechos verifican que ha abandonado al que se cree justo e hijo del Altísimo. Mateo, como sus lectores cristianos, ya saben el final definitivo de Jesús y se cumple lo que afirma el Salmo más adelante: «Fieles del Señor, alabadlo, [...] porque no ha despreciado ni le ha repugnado la desgracia de un desgraciado, no le ha escondido su rostro; cuando le pidió auxilio, lo escuchó» (22,24-25).
La segunda fuente de injurias proviene de los sumos sacerdotes y los letrados o escribas. Ellos hablan entre sí, no se dirigen a Jesús como el pueblo (Mc 15,31-32par). Se reproduce el diálogo con Caifás en el proceso religioso y con Pilato en el proceso civil (Mc 14,61par; 15,2par). También la frase es un eco de toda la actividad de Jesús, en la que por sus palabras y obras hacían presente el Reino curando a los enfermos, salvando a los que estaban sujetos al diablo y a la muerte. Lucas (23,30) cambia la acusación del pueblo por la de los soldados, siguiendo la burla de los de Marcos y Mateo (15,16-20; 27, 27-31) y pone en su boca, lógicamente, la acusación de «rey de los judíos», como ha quedado establecido en el juicio y reza la sentencia escrita en la tablilla.
Por último, le injurian los demás crucificados (Mc 15,29-32). Se cumple la finalidad que busca el poder para los condenados: que sean despreciados por el pueblo para defender las leyes que refuerzan la convivencia común y, a la vez, para demonizar a aquellos que cuestionan la estabilidad social. Con esta perspectiva, Jesús se queda solo, abandonado por su familia, por sus discípulos, por su pueblo, por su religión, por su Dios, al menos para la convicción común en el judaísmo de que Él salva al justo (cf. Mc 15,34).

2.- La salvación.  Lucas elabora un párrafo continuando las ofensas de los soldados y los jefes del pueblo. Presenta a los dos bandidos de una manera antitética, como lo ha hecho con Zacarías y María (Lc 1,5-38), Jesús y Juan (7,33-34), Marta y María (10,38-42), el rico y el pobre (16,19-31), el fariseo y el publicano (18,9-14). Así uno le injuria, el otro no (Lc 23,39-41). El malhechor apela al poder mesiánico para eludir el calvario de la cruz. Éste, en el tiempo de Lucas, es fuente de salvación, y a ella se remite el «mal ladrón». Jesús guarda silencio, como lo ha hecho con las injurias anteriores. La respuesta la recibe de su compañero, que le llama la atención sobre el temor al juicio divino al que se va a someter muy pronto.
El ajusticiado desea participar de la gloria de Jesús, como los discípulos, cuando venga al final de los tiempos con la resurrección de los cuerpos y el juicio universal. Pero la salvación que espera el crucificado para el final del tiempo se adelanta al momento de su muerte. No hay que esperar que la historia termine. Lucas subraya varias veces que la salvación que ofrece Jesús es actual. Así lo proclama en la sinagoga de Nazaret cuando lee el libro de Isaías (61,1-2) en la presentación del Reino (Lc 4,21) y lo lleva a cabo en la visita a la casa de Zaqueo (19,5.9). Ahora lo aplica a su compañero en el dolor, al cual también le hace partícipe de su destino glorioso en la presencia de Dios después de la muerte. La salvación pasa de la imprecisión del futuro a la certeza del presente. Y es un presente liberador no tanto en compañía de Jesús cuanto en su comunión y participación de su gloria (cf. 1Tes 5,10; 2Cor 5,8). Esta gloria, paraíso, está más allá y es más pleno que el reservado a los justos que están en espera de la resurrección final según el pensamiento judío de entonces. 

            3.- Rey. En la cruz, es evidente que Jesús no es rey como suena esta palabra y concepto en la historia humana. Pero tampoco, y esto es más doloroso para Jesús y la comunidad cristiana, no es «señor»  por su unión con Dios y su pretensión de ser su revelador de amor misericordioso. Pues su reivindicación es una clamorosa mentira ante los acontecimientos. La gente que le mira desde la muralla se encarga de acentuar su fracaso o su ridícula aspiración. Tanto en la vida personal, como fraterna, los cristianos y los franciscanos sabemos de las incomprensiones y persecuciones. Y no hay que justificar el bien, o la vida orientada desde el amor del Padre, con peleas callejeras, o ante el imponente poderío de los medios adversos a la fe. El amor se abre paso por sí mismo, y si los hombres lo destruyen, ya se encarga el Señor de resucitarlo. «Si el grano de trigo no muere……».

Pero hay un crucificado que le reconoce su misión e identidad. La cruz también sobrevuela su conciencia y, comparándose con la inocencia de Jesús, la abre a la responsabilidad de su propio pecado. Reconocerse pecador es el primer paso de la conversión, que se afianza con una llamada a la misericordia de Jesús (cf. Lc 10,25-37), porque «no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se arrepientan» (Lc 5,32). Y aquí sí que es rey Jesús: cuando salva y le devuelve el sentido de vida al crucificado.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Credos Cristianos

Ofrecemos un pequeño comentario a varias exposiciones sobre la fe cristiana, -Credo- aparecidos en España. 

                   Credos Cristianos

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Martínez Fresneda, Francisco,  El Credo Apostólico. Por Cristo, con Cristo y en Cristo. San Pablo, Madrid 2011, 391 pp., 134,5 x 21 cm.

El Credo es un breve compendio de las creencias fundamentales que el cristiano profesa en toda época y lugar. Se trata de un esfuerzo realizado por la Iglesia cristiana en sus primeros tiempos para reunir los artículos de la fe más fundamentales de la Escritura, de los textos litúrgicos, catequéticos, etc. Una de las finalidades del Credo era unificar criterios, debido a la preocupación, sobre todo durante el siglo III, que causaban algunas afirmaciones sobre la fe que desvirtuaban esencialmente la revelación transmitida por Jesús y continuada por la comunidad apostólica. Por consiguiente, el Credo es un resumen de la fe que difunde los contenidos creyentes que deben afirmar todos los cristianos (cf. 1Tim 4,6; 3,9; Ef 4,5); es la señal que distingue a los cristianos de los que profesan otros credos. Además siempre ha tenido la función de ser un punto de referencia para la teología o teologías que han adaptado las verdades evangélicas a cada generación.
El Credo no se encuentra escrito de manera literal en la Escritura. Se trata de un sumario fundado en algunas tradiciones de la vida y hechos de Jesús incluidos en los cuatro Evangelios, así como en los demás escritos del NT Cla mayoría de éstos de la segunda mitad del siglo I. Así tenemos las afirmaciones sobre Dios Padre (Mt 11,25; Hech 17,24-31), la concepción y el anuncio del nacimiento de Jesús (Mt 1; Lc 1-2); la pasión, muerte y resurrección (Mc 14-16par), etc.
Siempre se ha tenido la sensación de que la tradición de la fe apostólica parte de lo que sostiene la carta a los Hebreos: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todo y por quien también hizo el universo» (Heb 1,1-2), afirmación que se ha retenido como algo inamovible: «Queridos, tenía yo mucho empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación, y me he visto en la necesidad de hacerlo para exhortaros a combatir por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre» (Jud 3; cf. 1Cor 11,2; 1Tes 2,15; 1Tim 6,20). De esta manera el Credo responde a lo que afirma la carta a los Efesios: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas. Y la piedra angular es Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros con ellos estáis siendo edificados para ser morada de Dios mediante el Espíritu» (Ef 2,29-22; cf. Mt 23,34; 10,41; Hech 11,27).
El Credo de los Apóstoles proviene de un Símbolo bautismal de la iglesia de Roma (DH 30), que es ampliado por los Concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381), llamado éste Niceno-Constantinopolitano (DH 150). Está dividido en doce artículos que la tradición atribuye a los Doce Apóstoles o discípulos que eligió Jesús para tenerlos junto a él en su ministerio en Palestina. Sin embargo, la lógica interna del Símbolo es la profesión de fe en la Trinidad según las últimas palabras que dirige Jesús a sus discípulos antes de ascender a la gloria del Padre: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19; cf. Didajé 7,1.3) y que en la Historia de Salvación forman el centro de la creación, redención y salvación. No obstante la clara división del Credo según las tres Personas de la Trinidad, se enfoca de una manera cristológica, ya que la revelación cristiana y, por tanto el Credo, parte de la historia y doctrina de Jesús. Cada artículo se estudia en su contexto bíblico, dogmático y actualidad de la experiencia creyente. Se sigue la forma occidental del Símbolo Apostólico (DH 30) (Collantes 281; Kelly 47-58) y el autor utiliza en varias ocasiones los textos que ha publicado con anterioridad: Jesús de Nazaret (Espigas, Murcia 20123) y Jesús, hijo y hermano (Paulinas, Madrid 2010).
                                                          
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Martínez Lozano, Enrique, ¿Qué decimos cuando decimos el Credo? Una lectura no-dual. Desclée de Brouwer, Bilbao 2012, 148 pp., 15 x 21 cm.
            Es cierto lo que dice el autor sobre la dificultad que tienen los cristianos de entender el Credo, porque no se comprenden las personas que pertenecen a paradigmas mentales diferentes, y más aún cuando el Credo se escribió en un paradigma que no existe en la actualidad. Esta realidad nos cierra el acceso al conocimiento de la doctrina fundamental cristiana. A esto se une las transformaciones habidas en el nivel de la conciencia y en el modelo de cognición.  «Si solemos designar los paradigmas más recientes como premoderno, moderno y posmoderno, los niveles de conciencia suelen clasificarse como arcaico, mágico, mítico, racional y transpersonal […] Por lo que se refiere a los modelos de cognición, se distinguen fundamentalmente dos: el modelo dual  (mental, egoico, cartesiano) y el no-dual (transmental, transegoico)» (13). El modelo dual supone la relación sujeto/objeto, que en el universo cultural occidental se ha fundado y se funda en la individualidad y en la razón. El modelo  no-dual es previo a la racionalidad como la conciencia transpersonal trasciende la mente y el yo. En un nivel profundo todo está relacionado; nada hay separado de la mente. La realidad es un despliegue del Misterio con lo que todo está bien dispuesto. Por eso no es tan fácil explicarlo por medio de la lógica occidental. Y de ahí que Dios no se presente como un objeto ante la mente. Desde esta perspectiva parte el autor para formular el Credo Apostólico.
            Creer es una vida (cf. Jn 10,10) que es servicio (cf. Lc 10,30), pues la base de la fe no está en la doctrina, sino en una praxis compasiva activa y eficaz (27). Fe es confianza que expresa la presencia de Dios en la interioridad humana. Creer en Dios es dar vida a Lo que es y hace ser, como una Mismidad de todo lo que es, o el núcleo último de todo lo real. Creer en Dios Padre es una invitación al Silencio, a la Unidad, al Gozo, al Amor, a la Paz y a la Compasión (42). Dios Padre es Todopoderoso «como poder intrínseco de lo real, como Dinamismo que todo lo sostiene y conduce» (46) y crea de una forma permanente «en el Principio ―Ahora, en el Presente atemporal―, todo sin excepción está naciendo de Dios y muestra a Dios» (53).
Jesús es expresión de Dios, es la Identidad que compartimos todos los seres, pues las diferencias ocurren en el nivel de las formas, o la identidad relativa (cf. Jn 10,30; 8,58). Jesús es el hombre que vive tan identificado con el Misterio (Abbá; Padre)  que estaba viniendo ―naciendo― permanentemente en él; por eso la Encarnación es el reconocimiento, la expresión de la Unidad divino-humana de toda la realidad, porque, como Jesús, todos estamos ya en él y viviendo en él. Todos nosotros somos su encarnación (77). Jesús murió en la cruz como denuncia de todos los inocentes que ha matado el poder inhumano, político y religioso; lo que entraña el compromiso de una compasión solidaria con ellos. La cruz se complementa con la resurrección para afirmar que la vida no muere, lo que origina la esperanza. Sabemos que hay sufrimientos evitables; otros inevitables y otros que provienen del amor fiel y entregado, que inutiliza el yo como soporte humano de la vida. Jesús resucitado ocupa todo lo real y relaciona todo cuanto existe: los vivos y los difuntos. Resurrección es un paso, un despertar a nuestra verdadera identidad en la que compartimos también el trono de Dios (Ascensión).
El Espíritu, a diferencia del Padre y del Hijo, es una realidad indecible e inexpresable. Pero cuando decimos Espíritu formulamos el Dinamismo de vida. Si el creyente se distancia de su yo, entonces es posible que escuchemos al Espíritu y su obrar en nuestra vida. Por eso «celebrar el Espíritu es celebrar la Fuente última, la Identidad definitiva» (104). La Iglesia es el lugar en la que se deja actuar el Espíritu, pues ella nace y depende de Él (cf. Hech 2,1-13). Es cierto que Lucas cristianiza la fiesta judía de Pentecostés, a diferencia de Juan que coloca la efusión del Espíritu en la muerte de Cristo o en la Resurrección (Jn 19,30; 20,22). Ella es Una en cuanto es la unidad de todo; Santa, porque ha nacido de Dios que inunda de santidad todo lo real;  apostólica, porque todo el pueblo es apostólico; católica porque se sabe dentro de un movimiento universal creado por el Espíritu y no cierra las puertas a nadie (106). Es en ella donde se da el bautismo, el perdón y la esperanza de la resurrección, resurrección de nuestra verdadera identidad, que no yo, y que supera las formas. El autor termina con unas bellas páginas sobre la espiritualidad cristiana y la formulación de su propio Credo desde la perspectiva no-dual (136-139).

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Uríbarri, Gabino (ed.), El corazón de la fe. Breve explicación del credo. Sal Terrae, Santander 2013, 125 pp., 14,5 x 21,5 cm.
            El Credo Apostólico se expone de una manera breve, sencilla y con  precisión teológica en cuatro capítulos dedicados a la fe, a Dios, al Hijo y al Espíritu/Iglesia. La fe entendida como vuelta de los ojos al Señor, que arrastra la propia vida, la conversión, la expone Pedro Rodríguez Panizo. Ángel Cordovilla trata el primero y principal artículo de la fe, según escribe Ireneo de Lyón. Dios Padre y Creador confiesa el cristiano uniendo la fe del AT y del NT. La relación de Dios con el mundo ofrece la confianza de que el hombre puede dialogar con el Señor en el contexto en el que ha sido colocado, que es bueno. Dios crea por bondad y está «en el origen del mundo como único principio, [por eso] será el único final» (39). Pero Dios se entiende como una persona viva, que se relaciona en cuanto ama y da sentido a todo el universo y a los seres que lo componen. A pesar de la trascendencia divina y el misterio que lo envuelve, Dios es el Padre de Jesús (Abba), el que ha elegido gratuitamente a su pueblo  y él experimenta de una forma íntima y al que debe plena obediencia. Dios es el que resucita a Jesús de entre los muertos y el que cierra la historia humana y la misma creación por la presencia permanente de su Espíritu. «No confesamos un artículo del Credo, sino que nos es entregado; y asumimos el Símbolo de la fe en su integridad, en su unidad, que a su vez nos vincula y nos une en la comunidad eclesial» (60).
            G. Uríbarri  compone la fe en Jesucristo, que la trata no de una forma lineal o genética, sino simultánea, como aparece en los escritos del NT y que conformarán la fe cristológica del Credo. Con la predicación de la muerte y resurrección de Jesucristo se transmite su vida, una vida que tuvo una incidencia máxima en los discípulos que le siguieron desde el principio (Dunn, 66). Los discursos de Pedro en los Hechos resumen el primer kerigma cristiano: Bautismo como posesión del Espíritu, anuncio del Reino, pasión y muerte, resurrección, mesías crucificado y juez. Esos aspectos de la vida de Jesús, y que de alguna manera contienen los credos cristianos, no intentan reproducir las biografías teológicas y creyentes, que son los Evangelios,  sino resumir su vida y significado en una profesión de fe, de forma muy breve. Los títulos cristológicos, sobre todo Mesías/Cristo, Señor e Hijo de Dios también son afirmaciones que intentan ahondar en la identidad de Jesús desde su biografía personal.  A continuación, siguiendo también a Dunn, enseña la devoción y el culto dado a Jesús, pues participa de la gloria y señorío de Dios al estar sentado a su derecha.  Por último se reseñan los himnos cristológicos desarrollados en la liturgia cristiana. En definitiva, el Credo articula la identidad de Jesús (títulos), describe su acción desde la encarnación y resurrección,  y presenta su situación actual: sentado a la derecha del Padre.
            Cuando confesamos la fe en el Espíritu expresamos la relación de amor entre el Padre y el Hijo y de ellos con las criaturas. Pero también decimos su misterio, su persona y su divinidad (108), y su divinidad por ser el agente de la salvación que Dios ha obrado por medio de su Hijo. El Concilio de Constantinopla, celebrado en el año 381 ante la simple afirmación del de Nicea junto al Padre y al Hijo,  quien define su persona (relación) divina. El Espíritu es también creador en el aspecto «de poner de relieve que sólo Él  nos revela el último sentido de lo Creado y por qué a Él le es asignada la tarea de renovarlo todo en la Nueva Creación» (102). Es el vínculo de la unidad entre Dios y sus criaturas y de todo cuanto existe; es el que habita en nuestra vida, con la que nos da una nueva identidad: el hombre nuevo paulino; es el que santifica, porque por los sacramentos relaciona a los creyentes con el Señor; el que concede la libertad y es testigo y revelador de la verdad : «…arraigados y cimentados en el amor, seamos capaces de captar, con todo el pueblo santo, cuál es la anchura, la largura y la profundidad y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento […] para recibir la total plenitud de Dios» (Ef 3,17-19; 113). El Espíritu es el que consuma el acto creador de Dios y cooperador del hombre, transformando la historia de bien y mal humana en un suspiro inefable de esperanza, al decir paulino (Rom 8,26).
            Y el Espíritu está en la Iglesia, dentro de la Iglesia. Es el espacio donde se relaciona; donde existe y vive, donde hace presente la vida y la acción salvadora de Jesucristo (San Hipólito); o como afirma Ireneo: «Donde está la Iglesia, ahí está el Espíritu; y donde está el Espíritu de Dios, ahí está la Iglesia y toda gracia, ya que el Espíritu es la verdad» (118-119). El Credo afirma expresamente para la Trinidad: creo en; sin embargo confiesa: creo la Iglesia, para subrayar la diferencia que se da entre Dios y la institución donde reside, que no es Dios. «»Es decir, que el acto de entrega absoluta, de abandono radical de la propia existencia, sólo es posible hacerlo en Dios. Nosotros no creemos ni podemos creer (es decir, no podemos tener fe) más que en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la Iglesia  es donde actúa el Espíritu el perdón y su unidad para que responda al origen de la Salvación y su revelador: Dios Padre e Hijo.

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Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), El credo, hoy. Sal Terrae, Santander 2012, 262 pp., 13,2 x 20 cm.
            H. Zaborowski y A. Letzkus  han recogido una serie de artículos y conferencias dadas por J. Ratzinguer desde 1971 sobre los artículos que recorren el Credo cristiano (259-262), y han compuesto este texto, editado en Freiburg en el año 2006. Con ocasión del Año de la fe ha sido un acierto su traducción al castellano. En el Epílogo,  H. Zaborowski resume muy bien el sentido del pensamiento teológico de Ratzinger. Éste no es un intelectual preocupado exclusivamente por la precisión de sus ideas: «Lo que tal vez más caracteriza a Benedicto XVI no son necesariamente tales temas [artículos del Credo], sino la manera en que se aproxima a ellos, en que los hace suyos; a saber, con las actitudes de recibir y conservar, mediar y reflexionar, seguir y dar testimonio. Podemos formularlo de forma aún más aguda: en un seguimiento que él siempre entiende también como mediación y conservación» (252). En efecto, la fe cristiana no es una ideología, sino algo que se nos ha regalado y que el creyente debe conservar. Y se conserva la experiencia de fe en la Trinidad dentro de la comunión de la comunidad cristiana. Pero el cristiano debe también comprender su fe. No es un fundamentalista que recita asertos religiosos al margen de la razón, pues el cristiano está inserto en el mundo y debe dar razón de su esperanza. Y a ello se debe añadir la práctica de la fe, pues ella se expresa en la caridad, al decir de Pablo  y Santiago. Pero la práctica no se reduce al amor al prójimo y a los enemigos, un amor libre y gratuito, como el que procede del Señor, sino también en los actos litúrgicos de la comunidad cristiana: «Por eso, Ratzinger insiste también con frecuencia en que los elementos místicos del cristianismo deben recobrar fuerza y en que los cristianos hemos de volvernos de nuevo con mayor decisión hacia el misterio de Dios, para poder vivir y configurar nuestro seguimiento desde ese misterio, desde el encuentro con Dios […] La filosofía y la teología no son para él, fines en sí, sino que se hallan ordenadas a algo del todo sencillo, que se manifiesta ya, por ejemplo, en la vida de los santos: una radical orientación a Dios y a la plenitud de los tiempos» (257).
                                                                       (Seguiremos)


viernes, 15 de noviembre de 2013


Curriculum

Francisco Martínez Fresneda nace en Murcia en el año 1946;
profesa en la Orden Franciscana en el año 1964; licenciado en Teología en la Universidad Pontificia de Comillas-Madrid en 1972; doctorado en Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Antonianum (Roma) en el 1975 y estudios de Posgrado en la Facultad de Teología de la Universidad de Hamburgo (Alemania) en 1974 y en el Centro de Investigación y de Ediciones críticas OFM de Quaracchi/Grottaferrata (Roma). 

        En la actualidad es Profesor Ordinario de Cristología Sistemática en el Instituto Teológico de Murcia OFM, agregado a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Antonianum de Roma. Ha impartido cursos de Teología en varias universidades de España, Italia e Iberoamérica (México, Colombia, Guatemala, Brasil, El Salvador y Costa Rica). Es Director de la Revista Carthaginensia y miembro de Redacción de las revistas Veritas (Santiago. Chile), Guillermo de Ockam (Cali.Colombia) y Verdad y Vida (Madrid. España).

        Sus estudios e investigaciones se han centrado en la persona de Jesucristo según el pensamiento franciscano y la teología moderna. Ha publicado los siguientes libros: La gracia y la ciencia de Jesucristo (Murcia 1997); la edición crítica de las Cuestiones disputadas de la ciencia de Cristo de San Buenaventura (Murcia 1999; Roma 2005); la historia de Jesús de Nazaret (Murcia 2012) (3ª ed.), un manual de Cristología: Jesucristo (Madrid 2010) y un libro de bolsillo: Jesús (Murcia 2011). Además ha elaborado un Credo apostólico (Madrid 2011) y la Biografía teológica de la Madre Paula Gil Cano (Murcia 2013). En temas franciscanos podemos destacar la coedición con J.A. Merino de: Manual de Teología Franciscana (Madrid 2005; Petrópolis 2005) (2ª ed.); Manual de Filosofía Franciscana (Madrid 2004) ;  con J.L. Parada: Introducción a la Teología Franciscana (Murcia 2006) (3ª ed.); con J.C. García Domene: La paz. Actitudes y creencias (Murcia 2004; Padova 2001) (4ª ed.) y San Francisco de Asís y la paz (Madrid 2007; Asís 2011). De los libros citados, cuatro de ellos han sido traducidos al italiano y al portugués.

       


jueves, 14 de noviembre de 2013

Biografía teológica de la Madre Paula Gil Cano.

«Debo dejar a Dios por Dios» (Carta 2,11). Biografía teológica de la Madre Paula Gil Cano.

            De  F. Martínez Fresneda

Editorial Espigas, Murcia 2013,  498 pp., 14,5 x 21,5 cm. (ITM. Serie Textos 6).
  
 La obra trata sobre el pensamiento teológico de la M. Paula Gil Cano, fundadora de las Hermanas Franciscanas de la Purísima. Se divide en cuatro partes: Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo y la Virgen María. La espiritualidad de M. Paula se centra en el seguimiento de Jesús pobre y cruci ficado al estilo de la Virgen María y San Francisco. El objetivo de la obra es relacionar las afirmaciones de la Fundadora con la historia de Jesús y de San Francisco que hace en sus Cartas, Sucinta Reseña y la biografía titulada Vida ejemplar, escrita por sor Concepción Vázquez y basada en un manuscrito de la M. Cecilia Bermejo ―esta biografía utiliza el esquema de santidad de la Iglesia de mitad del siglo XX, por eso se cita con las debidas precauciones con respecto a la forma que define la santidad de entonces―.  El autor articula las tres biografías para centrar el pensamiento de M. Paula, y observa, a la vez, las diferencias que tiene con Jesús y Francisco.
La parte primera expone la concepción que tiene Jesús de Dios: Creado, Providente y Salvador. Dios es una persona viva que toma la iniciativa para salvar a la creación y a los hombres: «La caridad y la fe son dos virtudes que, a mi entender, van hermanadas; la caridad sin fe sirve de muy poco […] Mientras mayor sea la fe, más posible será la unión profunda que se opera por medio de la caridad». Es la fe que actúa por medio del amor que afirma Pablo en la Carta a los Gálatas (6,5) (48). La fe en Dios como bondad misericordiosa se explicita en las relaciones con las hermanas y en la de los niños y ancianos, a los que procura servir en extremo, si bien no escribe nunca que Dios es Padre. La experiencia del Señor se centra, como hemos dicho, en su bondad, en su misericordia, en su justicia, en su abundancia de amor. «La experiencia de Dios salta de la iglesia a la vida cotidiana, pasa de la capilla y la oración personal a lo que entraña nuestra vida de cada día» (62). Y dicha experiencia la vive como una presencia envolvente, como la atmósfera que respira y le hace vivir. Además Dios se ofrece en cada elemento de la realidad, como lo vive San Francisco y enseña San Buenaventura: las criaturas son vestigio, imagen y semejanza de Dios. Las criaturas y la humanidad no remiten al Señor, sino que lo contienen. De ahí que la relación con Él también pasa por las relaciones con las criaturas y los hombres: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer,….».  Otro aspecto de la experiencia divina es la receptividad; sentirse habitado por el Señor de forma que todo se ve desde Él. Entonces todo es gracia (cf. Ef 2,4-10). El Señor da seguridad. Dice M. Paula: «Dios está siempre con vosotros, viendo como lucháis y para ayudaros si por acaso vais a tropezar» ―le dice a sus hijas. A Dios se le debe obediencia y se expande su experiencia a todas las gentes, porque el bien se comunica por sí mismo, además de recibir y cumplir el mandato de Jesús: «Id y predicad a todas las naciones…».
Pero Dios se ha hecho visible en la vida de Jesús. El Logos se encarna para dar vida a los hombres y éstos reciban su gracia y salvación divinas. No es el hombre el que debe huir de la historia, pues en ella se nos ha dado el Señor. Es aquí donde debemos encontrarle. M. Paula entiende esto en el servicio a los niños y a los ancianos. La tentación de apartarse del mundo, que ya la tuvo San Francisco, y que le disuade Santa Clara y Fr. Silvestre,  no la tiene M. Paula. Ella vive al Señor por medio de Jesús quien lo sitúa en el servicio a los hermanos y en la coherencia y estructura de la vida de las hermanas. La misión entre los pobres nace del seguimiento a Jesús pobre y crucificado, como San Francisco. Y la estructura de la fraternidad de las hermanas une las características que entraña la itinerancia de Jesús y los Doce con la de la comunidad cristiana primitiva de Jerusalén. De ahí que conciba la misión en fraternidad, nunca en soledad. Y a la estructura de la comunidad cristiana: vida de oración, comunicación de bienes, escucha de la Palabra y celebración de la Última Cena, une las exigencias de Jesús a sus discípulos: la fidelidad, la cruz, dar la vida, la limosna; los comportamientos de evitar la ofensa, el juicio y la conciencia que la vida de entrega y defensa de los pobres causa conflictos de todo tipo. La muerte de M. Paula, sola en su lecho de dolor y donde encuentra definitivamente al Señor, es muy distinta a la de Jesús ―en la cruz―, o la de San Francisco ―rodeado de sus discípulos―. Sin embargo las crisis colectivas y personales que tiene Jesús y San Francisco, también las sufre M. Paula en la dilatación de la aprobación de su fundación por parte de la Santa Sede, y en sus «frías oraciones» que experimenta por un tiempo, es decir, en su alejamiento interior del Señor, que no del Señor de ella.
El Espíritu se palpa en su vida y en su Congregación. Como ocurre con San Francisco en la fundación de la Orden, M. Paula siente también las enormes dificultades que padece para que la vida y misión de las hijas de la Purísima sigan adelante. Pero la presencia del Espíritu, la relación de amor de Dios con sus hijos, se hace presente, no sólo con la aprobación de la Congregación desde Roma, lo que la capacita para extenderse por todo el mundo,  sino en la capacidad de amor que muestras las hermanas en misiones tan difíciles como la riada de Murcia, la epidemia del cólera en la misma ciudad del Segura, o las inundaciones de Consuegra. El Espíritu mantiene la unión de la Congregación, no obstante las tentativas de desviar los objetivos de la fundación y crear una fraternidad (Orihuela-Alicante) a la espalda de M. Paula. Y el Espíritu se muestra también en la comprobación del cambio vital de M. Paula y de las hermanas. Es la vida nueva que describe S. Pablo, basada en la caridad mutua y en la entrega a los más desfavorecidos: «Sólo os pido caridad, caridad, caridad», le dice a las hermanas e insta a una entrega amorosa que se hace en una historia esencialmente relativa: «Mientras vivamos estamos en un tiempo de prueba; debemos además como esposas que somos del Cordero, participar con él de su Pasión […] Pensad que Jesús nos espera en el Calvario con los brazos abiertos, para que no nos olvidemos de él y nos vayamos en pos de las criaturas».
María es su madre, es la forma concreta que M. Paula toma para configurar su vida y la de las Hermanas.  Es curioso que no sigue la devoción a María según la costumbre de su tiempo: Ensalzarla sobre todas las criaturas, dándole los valores y virtudes propios de una emperadora,  una princesa, etc., y haciéndola inalcanzable a las Hermanas. Tampoco se centra en los dogmas marianos. M. Paula sigue la vida histórica, reflejada en los Evangelios, de la Madre de Jesús. Ella es hija de Israel; ella es esposa y madre, responsable de la marcha de su hogar y educadora en todos los sentidos de Jesús; ella pasa de madre a ser creyente en Jesús, le sigue, le imita, está al pide la cruz y con los discípulos en la apertura de la comunidad cristiana a todas las gentes. Madre de Jesús, Madre de la Iglesia, Madre de las hijas de la Purísima. Es la consagrada al Señor, no separándose de la vida humana, sino perteneciendo al Señor experimentando la existencia como mujer en todas sus dimensiones. No es una vestal, es una mujer judía que se entrega a su hijo y a su causa del Reino con todas sus fuerzas. M. Paula ve en ella el amor de una mujer. Por eso la retiene como la verdadera Superiora General de la Congregación. Ella, no sólo le da forma femenina de consagración a las hermanas, sino también su identidad. Por eso los votos de la vida religiosa, ubicados en las relaciones fraternas, se deben vivir como lo hizo María y San Francisco: Son una relación de amor con el Señor, que hace a las hermanas vaciarse de sí y mostrar al mundo lo que dicho amor es como gratuidad y libertad. Para ello la obediencia al amor del Señor es fundamental para comprender los votos y vivirlos según el Evangelio.
 Cada capítulo termina con una visión de futuro de los temas tratados y una guía de lectura para que la sigan las comunidades e individualmente cada hermana. Al final se publican las Cartas y la Sucinta Reseña del nacimiento de la Congregación de M. Paula con una nueva división, que es la que se cita en el texto.